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Análisis

Una tragedia que se veía venir

La magnitud del golpe que ha supuesto el descenso del Mallorca a Segunda B no se queda solo en el ámbito de lo que siente un aficionado del club de fútbol en cuestión, sino que trasciende más allá y afecta al sentir de toda una isla, que de un porrazo ve devaluada su autoestima colectiva. Bastaba darse un paseo ayer por las calles de Palma o de cualquier pueblo para comprobar el mazazo anímico sufrido.

Y lo curioso es que el descenso no debería haber sorprendido al que siguiera con cierta atención el devenir del equipo en estos cuatro últimos años en los que el equipo ha deambulado por la Segunda División. En este periodo, el ascenso se había convertido en una quimera, a pesar de que se habló de él en todos los años y, por contra, el equipo salvó los muebles en una ocasión a falta de tres jornadas y en las otras dos en el último partido. Esta vez ni se ha llegado a esta jornada propia de infartos, pero aún así nadie lo esperaba.

Lo que viene a partir de ahora es un adelgazamiento del club en todos los órdenes. Un club de Segunda B no precisa la estructura que tiene, empezando por una plantilla profesional con unos sueldos inasumibles, una nómina administrativa sobredimensionada y hasta un estadio para acoger partidos de Champions , cuando el derbi con más morbo que se vivirá será contra el Formentera, o el Poblense o el Alcúdia, si se confirma que el sacrificio del filial que ha acabado en Tercera por los pecados del primer equipo ha dejado algún beneficiado en las islas.

La era Sarver ­-ha sido el primer año en que todas las decisiones importantes las ha tomado su grupo- ha hecho caer al Mallorca a lo más bajo en casi cuatro décadas. Habrá que confiar en que no quieran pasar a los libros de historia con este estigma.

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