Colorín colorado, este cuento se ha acabado. El Mallorca firmó su sentencia al mostrarse incapaz de ganar al modesto Córdoba y se puede considerar equipo de Segunda B, salvo milagro que no llegará. No solo porque estos se producen de pascuas a ramos, sino porque el equipo es una auténtica ruina. Un alma en pena. Ya no sirve de nada hacer cuentas, ni aunque hubiera posibilidades. Porque este equipo es incapaz de ganar a nadie. Seis victorias en 35 jornadas es el triste balance de estos jugadores, que han visto pasar a tres entrenadores en el banquillo. Con la de ayer son ya diez jornadas sin ganar, y así es imposible aspirar a algo mínimamente decente.

Lo mejor que puede hacer Molango Molangoy compañía es, si es que al final deciden quedarse, empezar de cero. Refundar el club y esperar a tiempos mejores. Los actuales hay que borrarlos cuanto antes. De todos modos, si a Sarver le importara mínimamente lo que sucede en el club, haría una revolución en la cúpula directiva. El consejero delegado ha demostrado que el cargo le viene grande, de la misma forma que al director deportivo Javi Recio, aunque se supone que su poder de decisión, con el permanente ego subido de su jefe directo, habrá sido mínimo. Su proceder no tiene defensa. La clasificación no engaña y el tópico de que al final cada equipo ocupa el lugar que se merece es bien cierto. Irrefutable en el caso del Mallorca. Ni Vázquez, ni Olaizola ni Sergi han dado con la tecla. Este equipo no hay por dónde cogerlo, desde la portería hasta la delantera. Los jugadores son muy malos. Hoy han ofrecido un nuevo ejemplo. La ansiedad les puede. No dan una a derechas. Su falta de ambición en el que tenía que ser el partido de sus vidas, ha sido lamentable. Y ahí hay que apuntar directamente al banquillo. Lo que diga Sergi Barjuan en las previas no tiene ninguna credibilidad.

Ayer volvió a demostrarlo. Exigía ambición a sus jugadores en la víspera, pero luego no se trasladó al campo desde la misma alineación. Con un único punta jugó todo el partido Sergi, primero Lago, más solo que la una, y luego Lekic. Muy poca pólvora para un partido que debías ganar sí o sí. No prescindió el técnico catalán del doble pivote ni cuando dio entrada al serbio afalta de veinte minutos. Fue su movimiento un simple cambio de piezas: Lekic por Lago en punta y el africano al extremo, con Moutinho de segunda punta ocupando la vacante de Culio. Eso fue todo. Es verdad que los últimos cinco minutos han sido un acoso y derribo sobre la portería de un inspirado Kieszek, que todo sea dicho ha evitado la derrota con tres o cuatro magníficas intervenciones. Por qué no se vio a este Mallorca intenso y decidido en busca de la victoria en los 85 minutos precedentes es un misterio al que solo Sergi debe tener explicación. Cuando se vieron con el agua al cuello, cuando se dieron cuenta de que el tiempo se consumía irremisiblemente, fue cuando dieron el do de pecho. Demasiado tarde. Tuvieron el merecido castigo a su racanería, a su raquítica intensidad. Y no pueden tener queja los jugadores ni del árbitro, que ha estado impecable, ni de la afición, que ha apoyado en todo momento. Ni siquiera al final del partido protestó, porque ya no le quedan ánimos ni para eso.

Como los futbolistas, aunque digan que lucharán hasta que haya una mínima oportunidad, se ven en Segunda B, un pozo sin fondo, fuera del fútbol profesional. La nada más absoluta. Se lo han ganado a pulso porque han hecho muy poco para revertir la situación. Ya queda poco que contar. El mes y medio de competición que queda se va a hacer muy largo. Las opciones son prácticamente inexistentes. Este cuento, o comedia, ha llegado a su fin.