Hay motivos para estar contento. Cuando te ves a punto de caer al pozo y una mano salvadora evita el drama, la alegría debe ser mayúscula. Pero, una vez superado el éxtasis, toca reflexionar y preguntarse porqué se ha llegado a esta situación límite. Si el destino te dará una segunda oportunidad. El Mallorca se ha salvado por que los rivales no hicieron los deberes en la última jornada. La victoria de ayer no hubiera servido de nada si Ponferradina y Almería también hubieran sumado los tres puntos. Se ha llegado a una situación insoportable e impensable a principio de temporada, cuando desde el club solo se vendía la Primera División.

El Mallorca ha pasado un calvario por la dejadez del equipo, que durante 42 jornadas ha repetido errores sin ningún rubor. El Mallorca de Ferrer, de Gálvez, de Vázquez, no ha estado en toda la temporada. Ha sido un grupo indolente. No ha habido en todo el año presión, concentración y determinación. Al Mallorca se le vio espantado en Valladolid, y, lejos de protagonzar partidos épicos, remontó porque le puso las ganas que han faltado durante todo el curso y porque los locales ya pensaban más en las vacaciones. Al equipo siempre le ha faltado corriente porque ha carecido de buenos peloteros.

El Mallorca alcanzó ayer un final de época. Hasta ahora el mallorquinismo alimentaba la vaga ilusión de esquivar el destino que llevaba marcado su equipo. Por una razón u otra, siempre había algo a lo que aferrarse para pensar que se podría mitigar la magnitud del desplome: que si un repaso al entonces líder Leganés, la victoria en Ponferrada... Y como casi ninguno de los equipos que precedían al Mallorca ha sido tampoco un dechado de regularidad, la gente echaba cuentas y todavía pensaba que se podía parchear el desastre.

Pero la ficción se ha ido deshaciendo en los últimos dos meses, y ayer el Valladolid estuvo durante media hora cerca de estampar el sello.

No se salva nadie en la temporada del Centenario. El primer culpable, Utz Claassen que, obsesionado en jugar a secretario técnico, conformó un equipo que ha estado a un paso de bajar a Segunda B. Todo ello con la complicidad de un Nadal apático y con la desidia por bandera. Debe irse ya. A Ferrer también le toca su parte por aceptar todo lo que le ofrecían, sin rechistar. Y Vázquez, quien no parece el entrenador del ascenso. Y, por supuesto, Molango, un peligro cuando se viste de forofo.

Pese a la alegría final, el partido de Valladolid es, debe ser, el certificado de final de época que se ha escrito desde el comienzo de temporada.