Nadie se podía imaginar en el arranque de la temporada 1979/80 que un Real Mallorca estigmatizado por el vergonzoso episodio vivido meses atrás, con el encierro de sus futbolistas por los reiterados impagos del club, iba a dar un giro radical en lo que era una caída en barrena al abismo de la desaparición.

En dicho ejercicio se diseñó un equipo para 'andar por casa', a base de cesiones, futbolistas de la isla, canteranos y jugadores amateurs de la península -no podían fichar profesionales- para al menos arrancar la temporada. Se empezó con derrota y humillación en sa Pobla ('solo' se perdió por 2-0), pero 37 jornadas después se rubricó el ejercicio con un insospechado e inesperado ascenso a Segunda División B.

El cambio de categoría empezó a gestarse a finales de enero de 1980. El club rojillo, perseguido por los acreedores, vio cómo el primer partido de la segunda vuelta de una Tercera División que estrenaba formato balear iba a suponer su definitivo aldabonazo, tanto a nivel deportivo como económico.

Lucha por el liderato. El partido tenía todos los elementos que buscaba el aficionado, aunque se tratase de una confrontación correspondiente a la cuarta categoría del fútbol español. Frente a frente, el Real Mallorca, líder del recién creado grupo balear de Tercera, con 33 puntos fruto de una increíble racha de 14 triunfos consecutivos y con Antonio Oviedo en el banquillo. Su oponente, el mejor ataque (entiéndase goles marcados) del fútbol nacional: un Poblense invicto con 32 puntos, 46 tantos a favor y que de la mano del catalán Roberto Álvarez pasaba por ser una auténtica máquina de hacer goles y jugar al fútbol.

Con el buen tiempo como principal garante, el hasta entonces adormilado aficionado al fútbol lo vio claro: ese era el partido al que había que ir. Entre sa Pobla y Palma surgió de repente la magia del fútbol. De esta forma, el 27 de enero del año 1980 pasó a la historia del Mallorca, y del modesto fútbol regional balear, al registrarse un lleno absoluto en el estadio Lluís Sitjar. Casi 20.000 espectadores engalanaron unas tribunas huérfanas durante mucho tiempo del calor humano. La recaudación 'oficial' (la leyenda dice que la caja fue más jugosa) fue de 4.450.600 pesetas de la época. Es decir, la mitad del presupuesto que tenía el club bermellón para ese ejercicio.

Dos horas para recordar. De esta forma, se revivía por espacio de dos horas el ambiente de las grandes ocasiones, con un recinto deportivo sin apenas cemento visible y con muchas ganas por parte de los espectadores de ver un buen espectáculo deportivo. El Real Mallorca, pese a las bajas de Bussi, Losantos y Rafa Gallardo, presentó un once de auténtico copete: Reus bajo palos; Braulio, Silva, Iriarte y Sahuquillo en defensa; Jaume Bauçà, Chea, Juanito Pérez y Pacheco en la zona medular, jugando de enganche el pobler Andrés Mir y siendo el pamplonés Javier Lizoaín la auténtica referencia en el zona de definición.

En el bando visitante, un enorme Poblense pese a la ausencia del mítico 'Chango' Díaz, con el ex mallorquinista Pedro Gost bajo palos; Puça, Miquel Crespí, Damià Amer y Pep Mateu en la zaga; Moreno, Pedro Nebot, Miguelito Puet en el centro del campo, con tres puntas en la zona de definición: Jordi Morey, Franch y Tomeu Mestre. Tres atacantes que llegaron a aterrizar en Primera División con Real Mallorca, Sporting de Gijón y Castellón, respectivamente.

Con árbitro de la Península. El arbitraje correspondió a Sánchez Moreno (Colegio Castellano), y como bien rezaba la crónica de la época de nuestro añorado Marc Verger en Diario de Mallorca hubo "más ambiente que fútbol". Pese a ello, el partido fue emocionante, ya que de salida el Mallorca se adelantó en el marcador en el minuto 12, tras una pena máxima cometida por Crespí y que Jaume Bauçà, raso y a la izquierda de Pedro Gost, se encargó de transformar. Ocho minutos después, el delirio en las gradas del Lluís Sitjar con el tanto de cabeza de Juan Antonio Pacheco. Pese a la ausencia de Gallardo, el centro del campo lo monopolizaban un Bauçà soberbio y un incisivo Andrés Mir. Tras el descanso, los de Roberto Álvarez salieron enchufados y a la media hora un centro a la frontal del área de Damià Amer, que años después fue jugador del Mallorca, lo aprovechó Rosselló, escapándose de la vigilancia de Sahuquillo y batiendo con la zurda a Ramón Reus. Y pese a que lo intentaron, no hubo tiempo para más.

El Real Mallorca acabó la jornada más líder del grupo balear y meses después con el ascenso materializado a Segunda B. Pero lo más importante ya se había sembrado ese 27 de enero de 1980: el aficionado al deporte rey había resucitado. El fútbol en Palma, y más en concreto en el Lluís Sitjar volvería a ser presencial, con los aficionados creyendo de nuevo en un proyecto deportivo, con Miquel Contestí Cardell, presidente y salvador del club, a la cabeza.