Hay en la centenaria historia del Real Mallorca una derrota que en realidad no lo fue, y que inundó Mestalla de tristeza. Aquella final de Copa del Rey contra el Barcelona se le escapó al conjunto de Héctor Cúper en la tanda de penaltis después de rozar la heroicidad. Los bermellones resistieron con nueve hombres toda la prórroga después de plantar cara -e incluso mostrar superioridad- ante un Barcelona que se había proclamado campeón de Liga con cuatro jornadas de antelación.

Nunca el mallorquinismo había llorado tanto como aquel 29 de abril de 1998. Pero es que nunca el Mallorca había derrochado tanta dignidad y amor propio como durante aquellos 120 minutos. Fue una final épica, perfecto corolario para una brillante temporada y un grupo de futbolistas sobrados de carisma y talento.

Roa; Olaizola, Iván Campo, Marcelino, Romero; Mena, Engonga, Valerón, Stankovic; Ezquerro y Amato. Un once para la historia que se ganó el respaldo incondicional de todo el mallorquinismo, no solo durante la final, sino a lo largo de toda la temporada. Con Héctor Cúper al mando de las operaciones, aquel equipo acabó quinto pese a que había ascendido hacía solo unos meses en Vallecas. No ganaban para alegrías los mallorquinistas. Y aquella etapa dorada todavía estaba lejos de terminar.

El objetivo del Mallorca el curso 1997/98 era la permanencia. Adaptarse a una categoría que llevaba años resistiéndose y disfrutar de un curso entre los más grandes. Nadie podía presagiar que entre esos ´grandes´ iba a estar precisamente el conjunto bermellón.

El Mallorca dio en la diana con las contrataciones de Héctor Cúper, Juan Carlos Valerón, Iván Campo, Carlos Roa, Óscar Mena, Engonga y Gabi Amato, buenos peloteros que se integraron en un vestuario en el que ya estaban Jovan Stankovic o Marcelino.

Fue un éxito indiscutible. De aquel curso quedan goleadas memorables como un 4-0 al Athletic de Bilbao, un 6-2 al Sporting de Gijón o un 5-1 al Tenerife. El equipo de Cúper estuvo luchando hasta el final por meterse en la Liga de Campeones -jugaría la Recopa-, pero lo que siempre quedará en la retina de los aficionados fue aquella final de Mestalla. Y llegar hasta allí no fue un camino de rosas.

La aventura empezó contra el Sóller, cruce recordado todavía porque Paco Sanz jugó sus únicos 45 minutos con la camiseta rojilla. Después cayeron Las Palmas, Celta y Athletic de Bilbao -eliminatorias superadas por el doble valor del gol a domicilio- hasta llegar a la semifinal contra el Alavés. Para entonces ya se habían disparado las expectativas en torno al grupo rojillo, que superó a los vitorianos en los dos partidos de la eliminatoria.

La final en Valencia merecía un rival a la altura de la gesta que estaba protagonizando aquel Mallorca novato en Primera División: el Barça. Y por supuesto una afición entregada a la causa.

Fue el primer desplazamiento masivo de mallorquinistas de la historia, aunque es cierto que antes el equipo no había dado motivos de peso para una movilización multitudinaria. Quince mil hinchas se desplazaron en barco y avión a Valencia para presenciar un partido que había generado un insólito interés en Mallorca.

Siete años antes la entidad balear había accedido a su primera final de Copa del Rey. Perdió ante el Atlético de Madrid y la presencia de mallorquinistas en el Bernabéu fue testimonial. Pero el equipo de Cúper había reclutado a miles de adeptos que tiñeron de rojo una buena parte de la grada de Mestalla. Hubo risas y lágrimas. Y todo el mundo se conmovió por el esfuerzo derrochado por aquellos héroes.

A los seis minutos Amato dribló a Miquel Àngel Nadal, entonces en aquel Barça de Van Gaal, centró al segundo palo y Stankovic empalmó para marcar un golazo. El Mallorca estaba siendo superior a un adversario poblado de figuras como Figo, Luis Enrique, Giovanni o Rivaldo, que empató en el 67. En los minutos siguientes Daudén Ibáñez expulsaría a Mena y a Romero, dejando al grupo bermellón con dos hombres menos para resistir al Barcelona toda la prórroga.

En aquella última media hora se fraguó la leyenda de una final inolvidable que reservaba la mayor carga emocional para la tanda de penaltis. Roa, un coloso durante todo el encuentro, detuvo los lanzamientos de Figo, Celades y Rivaldo. Y llegó el turno de Stankovic, un especialista con una zurda prodigiosa que iba a convertirse en el héroe de la final. Sin embargo, su disparo se estrelló en la valla publicitaria colocada detrás de la portería de Hesp. La final estaba perdida. Lo confirmaría Eskurza fallando el siguiente disparo del Mallorca, pero todo el mundo lo supo cuando el serbio se echó al suelo presa de la desolación. Y no hubo consuelo ni para él ni para ningún mallorquinista.