Si ha habido una época negra en la historia del Mallorca es la que vivió en la temporada 77/78. El club rojillo debutaba en la recién creada Segunda División B el 4 de septiembre de 1977 con un empate a cero en el campo del Díter Zafra. En lo deportivo, el equipo iba cuesta abajo y sin frenos por la falta de rendimiento de una plantilla que tenía unas preocupaciones mucho más serias que jugar al fútbol. Los problemas económicos que venía arrastrando el club eran notorios: no pudo realizar la presentación del equipo a tiempo por no contar con suficientes jugadores, no pudo entrenar en ocasiones por falta de equipaciones y las denuncias al club por impagos se acumulaban.

La tensión creció en noviembre de 1977. El 15 de noviembre, los jugadores se negaron a entrenar mientras Guillermo Ginard, presidente de la Gestora del Mallorca, estaba en Madrid. Al día siguiente, el presidente regresa y la plantilla acuerda entrenar y da un plazo de una semana a Ginard para que solucione los problemas económicos. No fue así. El 17 de noviembre se produjo el primer encierro de una plantilla de fútbol en España. Y fue la de los jugadores del Mallorca. Una plantilla desesperada, que no podía ni comer, con más de cinco meses de sueldo pendientes de pagar y una afición que daba la espalda. El Mallorca estaba perdido y sin rumbo. El día siguiente, intentando apagar el incendio, Ginard firmó talones por valor de parte de la deuda, aunque después se descubrió que esos talones no tenían fondos.

El 24 de noviembre se produjo un segundo encierro de la plantilla. Meñico, uno de los jugadores, aseguró que no fueron a la Federación porque allí "no les hacen caso". El encierro se prolongó dos días más hasta que el 26 de noviembre, los jugadores deciden ir a jugar el partido que tenían en el campo del Ontinyent. En esa cita se produjo una de las imágenes más humillantes para la historia del club: la afición local llegó a tirar monedas a los jugadores como burla de la situación económica. Por si no era suficiente, el club denunció a los jugadores por encerrarse al calificarlo como "actos de indisciplina" y les impone una multa de mil pesetas por persona.

En busca de una solución, el entonces alcalde de Palma, Paulino Buchens, llegó a proponer que Mallorca y Atlético Baleares se fusionen. Sin embargo, la solución no llegaba y cada vez menos aficionados acudían Lluís Sitjar, con la línea telefónica cortada por impagos. En febrero aparece un pequeño atisbo de luz en la oscuridad permanente en que vivía el Mallorca aquella temporada: Juan de Vidal impide la desaparición del club y se compromete a poner de su bolsillo el coste de los desplazamientos del equipo hasta final de temporada. En lo deportivo, la situación también era agónica. La marcha de jugadores lastró los resultados del equipo y el descenso a Tercera se iba viendo cada vez más cerca. Fue en Palma, una derrota por 0-1 contra el Sevilla Atlético, el partido que sirvió para confirmar la agonía que sufría el club. El descenso a la categoría de bronce era un hecho. En lo que importaba por entonces, en lo económico, un grupo con Miguel Contestí a la cabeza propuso en junio de 1978 pagar a los jugadores la totalidad de la deuda a plazos o el 80% al contado. El Mallorca debía plantar cara a una deuda de más de nueve millones de pesetas.