Cien años de historia y un rival maldito: el Molde. El portazo del conjunto noruego al sueño de la Champions del Real Mallorca todavía resuena hoy, dieciséis años después. No fue el mayor fracaso deportivo del siglo de vida de la entidad balear, pero sí la mayor decepción, porque fue un adversario menor el que enterró la ilusión de disputar la mejor competición del mundo. El conjunto bermellón había volado muy alto disputando la final de la Recopa unos meses atrás y acabando en un sorprendente tercer puesto en la Liga. Pero el Mallorca apuntaba todavía más arriba y estaba absolutamente convencido de sus posibilidades. Hasta que se cruzó en su camino el Molde, un modesto equipo de una pequeña ciudad noruega que también pedía un lugar entre la elite del fútbol mundial.

Los dos partidos de la eliminatoria previa para disputar la Champions deberían haber sido un trámite, pero el Molde acabó por endosar al equipo entonces dirigido por Mario Gómez una lección de humildad que acabó saliendo muy cara. Antonio Asensio había calculado en miles de millones de pesetas el pase del Mallorca a la Champions. Disputar la Copa de la UEFA -hoy Liga Europa- fue un premio de consolación, pero supuso unos ingresos más bien modestos.

El 0-0 que el conjunto bermellón rescató de Molde en el partido de la ida fue considerado un buen presagio. Solo había que rematar la faena en un Son Moix que iba a estar lleno hasta la bandera.

El 25 de agosto de 1.999 el Mallorca tenía una cita con la historia, la más importante a nivel deportivo. El conjunto bermellón puso la calidad y las ocasiones. Y en el minuto 21 Stankovic había adelantado a su equipo al transformar un penalti. Pero algo iba mal. Los rojillos no sentenciaban y con el paso de los minutos la responsabilidad empezaba a pesar demasiado. El Molde solo necesitaba un gol para tocar la gloria y Fernando Niño, en el minuto 84, allanó el camino a los noruegos cuando cometió penalti. Lund cogió la pelota, disparó y silenció Son Moix.

Dos semanas había durado la aventura del Real Mallorca en la Liga de Campeones. El equipo no supo hacer valer su teórica superioridad y la entidad balear afrontaba otro mal trago después de que en abril hubiera caído en la final de la Recopa ante la Lazio y, un año antes, en la final de la Copa del Rey ante el Barcelona.

Costó mucho tiempo digerir aquella eliminación. "Tontos", "gilipollas", "pelotudos". Mario Gómez, todavía caliente tras el partido, atacó a sus futbolistas con palabras gruesas. Él iba a ser la gran víctima de aquella debacle. El técnico que tenía que hacer olvidar a Héctor Cúper duró un partido más. Un problema burocrático con su licencia puso al club en bandeja de plata un despido que anhelaba desde hacía tiempo. Fernando Vázquez cogió el timón y ese curso el Mallorca todavía pudo dar a su afición algunas noches de gloria europea.