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Análisis

Pan y circo a cargo del pueblo

Casualmente tropecé con las declaraciones del entrenador del Mallorca previas a la visita del Llagostera y en las que pedía al público que "pitara menos, apoyara más y remar todos juntos". Peticiones más o menos semejantes circulan en muchas de las ruedas de prensa de jugadores y técnicos, también presidentes, de una importante mayoría de clubes antes de jornadas más o menos trascendentes, lo cual me lleva a una reflexión no circunscrita solamente al ámbito local y a Ferrer.

Los profesionales del balón afirman necesitar la fe ciega de los aficionados a quienes no se pide que amen el buen juego, sino que se les exige una incondicional entrega a unos colores por encima de resultados o cualquier otra consideración. La desfachatez, para abreviar, consiste en que puestos a remar conjuntamente, cual se reclama, los remeros de la grada tienen que pagar para sostener alta la moral de los que viven, en muchos casos a cuerpo de rey, y cobran del negocio de la pelota, o sea del bolsillo de sus animadores, mediante previo paso por taquilla o consumo de televisión. Evitaré las comparaciones con otros deportes y espectáculos, puesto que son, aseguran, odiosas.

Con la que está cayendo en el mercado de las apuestas, la proliferación de competiciones de escaso interés y económicamente ruinosas -Copa del Rey, Europa League, Mundialito, Copa Confederaciones y fases previas de diversa índole-, y los zorros instalados como reyes del gallinero -Blatter, Platini, Villar, Tebas, etc- el fútbol ha emprendido una silenciosa decadencia o, en efecto, será inmortal. Y no lo sostienen sus jerifaltes, ni sus estrellas, sino la infinita paciencia de una sociedad necesitada de dulces trampas que oculten otras peores. Hay profesiones que se mantienen desde el inicio de los tiempos, consustanciales, igual que la corrupción y otros pecados, a la condición del género humano. Pues bien, el pan y circo de los romanos también sigue vigente, con otros gladiadores, distintos leones y nuevos escenarios.

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