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Análisis

Cosas del fútbol y de la vida

Afuerza de contar anécdotas y experiencias vividas durante casi cinco décadas de profesión, un amigo intentaba ayer convencerme de que escribiera mis memorias de todo ello. Mi reflexión personal es que quien me conoce ya se las sabe y a quien no me conoce, no le importan. Esto me lo enseñó José Francisco Conrado de Villalonga en circunstancias en que ciertos indeseables pretendían ensuciar mi nombre, hace ya más de tres lustros.

Siempre he entendido la vida como un aprendizaje, pues sólo el estúpido o el ignorante cree saberlo todo. Lo digo porque hace tiempo un entrenador de fútbol me enseñó que los buenos resultados vacían las enfermerías de los equipos, mientras que los malos las llenan. La lección venía a cuento de un partido del Mallorca en Tarragona en el que, transcurrida la primera media hora, el agobio del equipo local era tan intenso que ya había provocado varias oportunidades de gol y una docena de saques de esquina, en uno de los cuales el portero titular solicitó el cambio argumentando dolor en un hombro.

Por ahí podemos deducir la importancia de los cuatro últimos puntos conquistados por los chicos de Ferrer. Aquellos que no juegan, querrán hacerlo; quienes lo hacen, defenderán su puesto y aquellos que se mostraban descontentos serán, de repente, felices. Y así hasta el próximo tropiezo.

Ya el Nobel de Literatura de 1957, Albert Camus escribía en un artículo titulado "Lo que debo al fútbol" la relación entre este deporte y la psicología humana. En efecto, uno descubre a sus verdaderos amigos en los peores momentos, porque cuando las cosas van bien no faltan aduladores y falderos, pero en el momento en que se tuercen la mayoría desaparecen como un conejo en la chistera del mago. El fútbol, en definitiva, no es la excepción, sino el ejemplo.

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