De los ocho partidos disputados hasta la fecha en la presente temporada, el Mallorca ha dejado de encajar en tres. Es decir, mantener la portería imbatida le ha supuesto siete de los ocho puntos que atesora. En temporadas anteriores necesitaba al menos marcar dos tantos para ganar, una cuota excesivamente alta que le mantuvo en peligro hasta los últimos compases de la competición. Sobre este asunto se han desarrollado muchas teorías. Desde la de Di Stefano, "la mejor defensa es un buen ataque", hasta la de Domingo Balmanya, "la máxima prioridad de un equipo es no encajar goles". Entre ambas, las de los más valientes, al menos de boquilla, que han asegurado que lo mismo da que te metan tres, si tú eres capaz de subir cuatro al marcador.
La historia del club decano, de la que pronto aparecerán nuevos libros oficiales y otros particulares, registra que en la temporada 1965-66 el equipo entrenado en primera instancia por César Rodríguez y sustituido por Héctor Rial, con un breve reinado de Andrés Quetglas entre ambos, descendió a Segunda pese a haber contado con la sexta delantera más goleadora de la División de Honor. La leyenda cuenta que el Barón de Vidal, a la sazón presidente, respondió al redactor de DM, mi añorado Marcos Verger, que se perdió la categoría por haber marcado poco. Olvidó, obviamente, que, en paralelo, la defensa habían sido la segunda más vulnerada. Y no, ya le hice saber al presidente de la comisión del Centenario, Toni Tugores, que no cuenten con mi firma.
Batallitas aparte, amurallar la portería propia es un recurso imprescindible de equipos modestos. Sólo los más grandes pueden permitirse algún desliz defensivo y no estoy muy seguro de ello. El rezo más extendido es aquel en el que se invoca la victoria por uno a cero, de penalti y en el último minuto. Un homenaje de reconocimiento al número vacío, que favorece el éxito de su exíguo e impar superior: el uno.
