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Análisis

La ley del embudo

No sé si los directivos del fútbol copian a los políticos o al revés. Lo cierto es que tanto unos como otros culpan de sus desmanes a quienes les precedieron aunque hayan transcurrido años y años. No caeré pues en la tentación de comparar etapas del presente y del pasado, sino que simplemente expresaré una vez más mi preocupación por el futuro.

No tiene ninguna importancia que el Mallorca haya perdido contra el Alcorcón, ni siquiera la imagen que pudo dar. No es el resultado lo que conviene analizar, sino el caudal que desemboca en semejante tropiezo.

Cuando el presidente afirma que se han fichado los once jugadores deseados en primer lugar de cada demarcación y el director deportivo se descuelga con que de los tres brasileños no sabe nada, sólo contemplamos la punta del iceberg de un club que no es, ni de mucho, el del Centenario. Lo han cambiado. Conserva el escudo y el nombre, el cuerpo si se quiere, pero no su espíritu.

Peor es la situación si el empresario descarga su responsabilidad sobre sus trabajadores. Quienes ganan o pierden son los futbolistas, sólo ellos sacarán los partidos adelante o no. Señalarles con el dedo, como se está haciendo con Fofo, o maltratarles al estilo Cendrós, no es una buena táctica. Interferir en las parcelas de los mandos intermedios -técnico, dirección deportiva, etc-, tampoco.

Pero, ¡ojo! Si empiezas tragando una cena en un kebab, la compra del agua mineral, tres brasileños desconocidos o un alemán recién salido del nido, te arriesgas a pasar la Liga atado a un embudo. Por no entrar en detalles de distinta consideración, por mucho que se quieran ocultar.

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