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Análisis

Las cuentas del gran capitan

Aver: si las cuentas no me fallan se desmadran los fichajes. Antes de iniciar la pretemporada las estimaciones de la dirección deportiva oscilaban en torno a diez refuerzos. Llevamos nueve y ahora podrían llegar seis más, lo que sumaría un total de quince incorporaciones. De ellos tres titulares, aunque no adivinamos aún los ocho restantes. O es que, finalmente, no habrá suplentes. Reconozco mi escepticismo. No predico el apocalipsis, pero no siento el menor entusiasmo en relación a la confección de la plantilla, ni me convence el giro del estadio y menos aún la retirada de los autocares para los socios de la part forana, sin entrar en otros detalles que el tiempo terminará por desvelar.

Desde luego la fe es ciega por definición, por lo que respeto a quienes la profesan y a todos los que creen que el Mallorca va bien, como la España de Aznar. Pero la experiencia es un grado y los síntomas, incluyendo las conversaciones del dueño con el entrenador a pie de campo y durante un partido, me tienen con la mosca, o el moscón, detrás de la oreja. Los nombres que aparecen en la lista de espera, Lucas Aveldaño y Javier Acuña, mejoran el perfil medio del equipo sólo en experiencia. Sus trayectorias presentan una curva descendente. El club está en Segunda, claro, y su economía roza lo precario. De ahí que tras la coronación de Utz Claassen depositáramos nuestra confianza en una inversión más clara y contundente que la que se está llevando a cabo. Parecía que quien gastaba siete millones de euros en hacerse con la propiedad, inyectaría lo suficiente para garantizar el éxito de su propio negocio. De momento, sorprendentemente, no ha sido así. Porque, seamos realistas, sin ascenso no hay proyecto que salga adelante ni a empujones. Y, por ahora, pensar en ello nos acerca más a la utopía que a una posibilidad fehaciente. Ojalá no.

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