El último partido en Son Moix tuvo muy poco fútbol. Con Ros sacrificado en una posición más estática para liberar a Martí, laterales con pocas ganas de contribuir en la salida de balón, Xisco con un mal día lleno de imprecisiones, sin Marco al Mallorca se le apagan las luces. Y no es que no lo haya intentado, como demostró el hecho de que, en los minutos finales, Bigas se sumara al ataque para buscar, a la desesperada, un gol que les diera el empate, al menos. Las malas lenguas dirán que tenían "motivación" externa pero, sin duda, lo que perseguían era brindar un resultado positivo a su afición en el último partido de la temporada en la isla. Unos más que otros, por desgracia, como en demasiadas ocasiones a lo largo de este curso. El Girona, muy lejos de parecer un equipo con un pie en Primera División, se limitó a estar ordenado para no pasar apuros y aprovechar la ocasión que pudiera tener. Lo clavaron.
La ovación de despedida al centrocampista Pep Lluís Martí, lo mejor y más emocionante del encuentro para el mallorquinismo. Una pequeña muestra de agradecimiento a un jugador que ha dado mucho al club y que nunca ha dejado de esforzarse y entregarse en el césped. Un auténtico ejemplo para muchos.