Si me pusieran delante a Gabriel Cerdà, Utz Claassen y Valeri Karpin no albergaría la menor duda respecto a quién dice la verdad. De hecho lo he sabido desde el primer día, aunque haya quien necesite leer documentos como los de referencia y, aún así, prefieran vivir en otra realidad.

No entiendo qué induce al presidente del Mallorca a convocar ruedas de prensa en las que, bien por su mala memoria o por su desfachatez, acaba haciendo el ridículo, cuyo sentido ignora. Compararle con un empresario turístico del calado de Jaume Cladera, un abogado del prestigio de Eduardo Valdivia o el catedrático Miquel Coca, es de por si un atrevimiento pero, por encima de eso, un insulto a la inteligencia.

Pero si no hay peor ciego que aquel que se niega a ver, tampoco hay mayor ignorante que quien se cree saberlo todo, de todo y de todos. Cuando el Mallorca desaparezca, algo que no está tan lejos como puedan creerse, Pedro Terrasa habrá cobrado, pero tendrá mucho que hablar con su conciencia. Sus intrigas, con la complicidad del alemán y el propio pollencí, han conducido a una situación probablemente irreversible. Y su presencia en una reciente reunión de mallorquinistas, una afrenta al mallorquinismo.

La estrategia de culpar a Serra Ferrer del mismísimo empedrado o de las diez plagas de Egipto, ya no funciona, resulta cansina y no hay quien se la trague. Especialmente cuando quienes la esgrimen tropiezan día sí y otro también en evidentes contradicciones, por calificarlas suavemente.

No falta quien ahora mismo firmaría la disolución del club antes que continuar en manos de semejante tropa. Particularmente opino que se dan circunstancias suficientes para que, a quien corresponda, inste la intervención judicial. Y la sentencia, estén seguros, no sería salomónica.