Si el Mallorca no se hubiera convertido en sociedad anónima no estaría peor de lo que está. Es más, a estas alturas ninguno de sus actuales directivos ocuparía la planta innoble de Son Moix. De hecho habría que señalarles una orden de alejamiento de acuerdo con la repetida exigencia de una afición hastiada y un vestuario unido que responde a la ignominia con resultados.

Olaizola ya ha dejado en ridículo a quien no respetó su derecho a continuar la labor que empezó en las tres últimas jornadas del pasado campeonato. Y Karpin no puede hablar más claro al advertir que le pueden despedir en cualquier momento y si no lo han hecho ya es porque ni hay un euro, ni la tropa de arriba está en disposición de ponerlo.

El poco tiempo transcurrido ya ha dictado sentencia y colocado a cada cual en su sitio. A todos se les ha corrido el rímel, se ha descolorido el maquillaje y sus pomposas declaraciones han derivado en verborrea que no sale por el otro oido porque ni siquiera entra por el primero.

Técnicos y jugadores, desde el primer equipo al más tierno de los filiales, sostienen hoy al mallorquinismo por encima de un consejo al que ya no acuden Blum, cumpliendo órdenes, y Pedro Terrasa, por haberlas obedecido. Ha firmado su tercera salida del club por la puerta trasera.

Cobrando, sí. Él sabrá. Pero a Cerdá no le espera un futuro mejor. En cuanto su minúsculo cinco por ciento deje de importar algo. O en el momento en que Utz Claassen entienda, porque descubrir ya lo ha descubierto, que no puede estar donde nadie le quiere. Ya le ocurrió en Hannover y no se lo arregló ni Schroeder.