Puede que los lamentos, igual que los cambios, lleguen demasiado tarde. El Mallorca estuvo en posiciones de descenso durante algunos minutos, pero la sentencia, favorable o fatal, se aplaza hasta la última jornada después de un partido en el que, por fin, fue superior a su enemigo. De haber jugado con le fe y la intensidad que lo hizo ayer estaríamos hablando de otra cosa. Mérito de Olaizola o responsabilidad de los jugadores es una pregunta que nos tendremos que hacer dentro de una semana.

Por primera vez en tan aciaga temporada, el equipo se sobrepuso al contratiempo de la lesión de Nunes poco después de veinte minutos de juego, a la mala fortuna de un remate de Agus al travesaño un poco antes y un contrincante que amagaba, pero sin pegar. Sobró precipitación en algunas acciones, producto del nerviosismo, pero los veteranos impusieron su ley, excepción hecha de un Alfaro impreciso y lento, mientras los más jóvenes supieron controlar su propia ansiedad.

Esta vez fueron los canarios quienes salieron a especular con la necesidad del anfitrión. Y si el Mallorca quiere, la verdad es que puede. Ha faltado acierto puntualmente, es verdad, pero también conciencia de lo que había que poner a contribución de una mayor competitividad.

La zaga, con Agus erigido en emperador, concedió una sola ocasión, frustrada por Aouate. Martí y Thomas trabajaron denodadamante en el centro del campo donde, la entrada de Iriney resultó fundamental en la recta final del lance. La actuación de Hemed, rescatado de su evidente baja forma por el gol que marcó, sembró las mismas dudas que la resistencia física de la mayoría de sus compañeros, aunque el acierto desde el banquillo en los cambios permitió descubrir a un Brandon prometedor y decisivo.

Nada se ha ganado, pero tampoco nada se ha perdido. A lo mejor el espíritu de Olaizola obra el impredecible milagro de una permanencia que es de obligado cumplimiento para el equipo y el club.