Toda, absolutamente toda la responsabilidad de un posible descenso a Segunda B será de los futbolistas. A Serra Ferrer, blanco de todos los dardos habidos y por haber, se le pueden atribuir muchos defectos y decisiones que han contribuido de manera trascendental a que el club se mueva en constantes arenas movedizas. El principal, el haber firmado el maléfico pacto de sindicación con Biel Cerdà que condiciona el día a día del club. Incluso se le puede echar toda la caballería encima por no haber confeccionado una plantilla para recuperar la categoría perdida, pese a que allá por el mes de agosto la unanimidad era manifiesta en cuanto a que sí había equipo para ascender, empezando por el entrenador y los jugadores. Pero de lo que no se le puede responsabilizar al máximo accionista es de haber creado una plantilla para luchar por la salvación.

Se podrá discutir si este equipo estaba capacitado para luchar por el ascenso, pero lo que no admite el más mínimo debate es que hay jugadores de sobra para moverse con tranquilidad por la categoría y jugando a algo más que lo que ofrece jornada a jornada. El equipo no juega a nada, ni con Oltra ni con Carreras, que se han visto impotentes para frenar la caída en picado de unos jugadores que se han metido ellos solitos en el fango. La imagen que ofrecieron en Los Pajaritos fue lamentable, la de un equipo mediocre. Que tras marcar su primer gol en seis partidos se fueron descaradamente a defender la mínima ventaja con casi todo el partido por delante. Han conseguido que cualquier rival -el sábado el Numancia, que como el Mallorca lucha por evitar el descenso- se sienta mejor de lo que es. Hasta quince saques de esquina botaron los sorianos, unos números que solo se dan en duelos entre David y Goliath. Quedan cuatro partidos, cuatro finales que hay que superar. Es lo mínimo que se les puede pedir.