Gregorio Manzano invirtió tiempo y conocimientos en aislar al vestuario del desgobierno implantado en aquel momento por el efímero pero traumático paso de Javier Martí Asensio por la planta innoble de Son Moix. Habrá que reconocer a José Luis Oltra el mismo mérito y, además, el de haber sido valeroso y coherente tanto en la alineación como en el planteamiento en un campo y ante un contrincante que exigían las decisiones que tomó. Y puesto que manifestamos nuestras dudas cuando no acertó, es justo que reconozcamos lo contrario si no se equivoca.

Esta vez se puede afirmar con rotundidad que el Mallorca se comportó como un equipo de Segunda, frente a un anfitrión y un terreno de juego de la misma categoría. Sin concesiones al respetable, estuvo temeroso aunque seguro en la primera mitad, pero ya en la segunda tiró de oficio para crear ocasiones, marcar y controlar el partido, sin echarse alocadamente atrás después de adelantarse en el marcador.

La clave quizás estuvo en el apoyo de Bigas a los centrales desde su posición de pivote, mientras su compañero de línea, Thomas, se echaba el equipo a la espalda a partir del intermedio. Era un choque para fajarse antes que buscar filigranas y aparte de algunos defectos e imprecisiones, ni un solo jugador escamoteó esfuerzo, ni se escondió.

El once de salida pudo haber sorprendido a quienes no han bebido el fútbol suficiente pero, puesto sobre el tapete, era de pura lógica. Vimos a Alfaro, por fin, en su posición idónea. A Geijo peleándose con los centrales y fijándolos. A Alex Moreno entrar por el carril. Nunes y Geromel sin perder la posición y, en general, un bloque compacto, serio y muy práctico en la contención.

Decepcionó el Eibar, pero siempre hay que ceder ante el mérito del contrario y el Mallorca sí demostró ser claramente superior a su rival.