Quince minutos de descaro fueron insuficientes ante el indiscutible líder de la Liga. Con todo perdido, el Mallorca se lanzó a la desesperada para acortar los tres goles de diferencia con los que se había ido al descanso el Barcelona. Lo logró por medio de Pereira y Víctor, de penalti, en dos minutos, los que van del 54 al 56, pero Messi, quién si no, cerró el debate con un zurdazo a falta de veinte minutos. Punto y final a un partido en el que el equipo de Caparrós mejoró algo su imagen con respeto al encuentro ante el Real Madrid, lo que no era muy complicado, pero en el que sumó su sexta derrota consecutiva que le deja al borde de las plazas de descenso.

La estrategia de Caparrós era clara. Mantener a la defensa alejada lo máximo posible de Aouate. Lo consiguió durante un buen rato. Pero ante equipos como el Barcelona siempre surgen imponderables. Por ejemplo, que Martí cometa una absurda y evitable falta al borde del área. Xavi se encargó del lanzamiento y la coló ante un estático Aouate. Hasta aquel momento, el encuentro fue un monólogo del Barcelona. Los locales no daban dos pases seguidos, y el único peligro llegaba en pelotas a balón parado. En una de ellas, Hemed remató de cabeza y Valdés evitó el gol. Fue la única vez que el Mallorca se acercó con peligro a la portería azulgrana. Tras el gol de Xavi el guión no cambió. El Barça esperando una ocasión que estaba seguro que llegaría y el Mallorca intentando evitar que el rival sentenciara. En el 43 Messi marcó el 0-2 -con lo que igualaba los 75 goles de Pelé en un año natural- en un error garrafal de Aouate, y un minuto después fue Tello el que dejó el partido sentenciado, si no lo estaba ya.

El Mallorca ha dejado de ser el equipo entregado para la causa, guerrero, de las primeras jornadas, para convertirse en un grupo agotado, triste y turbado, presa de la angustia. Flaquea, por no decir que se le ha parado el reloj; su juego, por los motivos que sean -sería injusto obviar las lesiones-, ha ido empeorando; se ha alejado del campo contrario y consecuentemente del gol. Hemed suma seis pero parece que hace una eternidad que marcó el último. El israelí es la viva imagen de la frustración mallorquinista. El equipo parece desenchufado. No está para ser exigido, y menos por un Barça que juega como los ángeles y que, para colmo, cuenta con el mejor futbolista del planeta.

La reacción del Mallorca en el inicio de la segunda parte no impidió un partido de medio pelo, resuelto en la diferencia sideral de calidad entre uno y otro protagonista. El Barça ganó porque fue mejor y porque varios jugadores del Mallorca no están para citas de semejante envergadura. Ximo, por ejemplo, que fue un espectador más en el gol de Tello; o Martí, al que el partido de ayer también le vino grande, como tantos otros.

El conjunto de Caparrós tiene problemas en todas las líneas. Encaja goles con facilidad, le cuesta un mundo marcar y el centro del campo, sin Javi Márquez, está atascado. Ni Pina ni Martí consiguen domesticar los tiempos del partido. No distribuyen a las bandas. No cambian el registro: ahora en largo, ahora en corto. No hacen nada más que dar fe de que ellos juegan en el medio y tocan la pelota, en cortito, muy en cortito, en el centro. No sorprenden. No cambian el ritmo, que, plomizo, se aproxima al área rival a trompicones por un quítame allá esos saques de banda o esas faltas favorables.

El Barça destapó las miserias del Mallorca, que se ha metido en el agujero y, si no cambian mucho las cosas, será difícil que salga de allí. De Caparrós se esperan equipos sólidos, bien armados para defenderse y una obsesión por el equilibrio. No es el caso de este Mallorca, al que le pesó como una losa el gol de Xavi. Se metieron en el área y aguantaron el chaparrón de mala manera. De juego, nada. Tras medirse a los dos grandes, el Mallorca vuelve a su Liga. Toca espabilar.