El pasado martes sintonicé con retraso el Madrid-Dortmund, porque me enfrasqué en una sesión apasionante de Pasapalabra. Imaginen mi ilusión ante un Mallorca-Barça, preferiría una edición de Mira quién baila con Rajoy girando en brazos de Belén Esteban. De hecho, creía hallarme en el chalet de Gran hermano al contemplar el equipaje 1714 de los barcelonistas, que parecía firmado por el diseñador del uniforme olímpico de España, con perdón.

El Mallorca también Pasapalabra, por sexta jornada consecutiva en la jornada de ayer. El horario de salida de trenes suizos -17.50, pronto se programará un encuentro a las 17.43.24 segundos- explica que los jugadores mallorquinistas se incorporaran con retraso al partido. A efectos deportivos, los locales se pasaron la primera parte grabando vídeos educativos en los fondos marinos de Cabrera.

La tardanza comportó un déficit de cero a tres. Para quienes se empeñan en ver la botella medio llena cuando está vacía, los dos tantos del Mallorca tras el descanso demuestran antes la debilidad del Barça que la fortaleza propia. Por ejemplo, Víctor dio un gol a Pereira, marcó un segundo de penalty y falló un tercero, sin descomponer en ningún momento el semblante asustado.

Si necesitan ver números para creer, la doble visita de Madrid y Barça a Son Moix se ha saldado con un 2-9. ¿Estamos hablando de clubes de la misma categoría? El consuelo viene de fuera. En las dos jornadas precedentes, barcelonistas y madridistas habían acumulado un marcador global de 17 goles a uno. Diez de las dianas fueron recaudadas a domicilio. Sin duda, la mejor Liga de dos del mundo, un campeonato en que los hijos de Messi ocupan más espacio informativo que los goles del jugador más sublime de la historia del fútbol sala.

La novedad de este análisis radica en sostener que los 18 equipos que abultan la Liga española, para distinguirla de la escocesa, no son tan incapaces como se infiere a partir de los marcadores. Simplemente, se han resignado a relajarse y a marcar como festivos los días de partido contra Madrid y Barça. La abulia repercute sobre los gigantes, que a continuación pierden con facilidad frente a Celtic o Dortmund, no tan superiores al Mallorca como pretende la propiedad transitiva.

Son Moix estaba ayer tan vacío que no cabía un hueco más, el calor humano se concentraba en los banquillos. Del técnico barcelonista sólo puede añadirse que Mourinho prefiere insultar al entrenador del Castilla. En cuanto a Caparrós, durante la semana había aportado el ingrediente folklórico de que el choque señalaba el inicio de la remontada. Cuando un técnico empieza a soltar genialidades de esta guisa, hay que calcular el finiquito.

Caparrós puede alegar que, gracias a su maestría psicológica, el Mallorca tardó ayer 27 minutos en recibir un primer gol que al Madrid le costó solo doce, a lo cual replicamos que el choque con los madridistas empezó más tarde. El sevillano sentenció que Messi es superior a Ronaldo, y a continuación basa la recuperación de su cuadrilla en doblegar al argentino. Pretendía el absurdo estadístico de que el Barça sufriera dos derrotas consecutivas en el lapso de cuatro días.

Como ven, el carisma de Caparrós se apaga como una colilla, aunque sigue siendo el más dicharachero en las tertulias radiofónicas de Madrid. Con el fútbol reducido a un casino de apuestas, las seis derrotas consecutivas obligan a debatirse entre dos opciones estadísticas. A) Despedir de inmediato a un técnico que ha alcanzado su nadir en el momento más inapropiado. B) Confiar en que la tozudez probabilística obligue a que el domingo salga cara en Vallecas, y si no el siguiente. Mientras resolvemos si resulta preferible ser un equipo decente en la peor Liga del mundo o una escuadra endeble en la mejor Liga, el estoicismo nos brinda la conclusión. ¿Por qué al Mallorca tendría que irle mejor que a Mallorca?