'Mallorca en festa'
Montuïri celebra Sant Bartomeu: "Tener Cossiers da un sello de calidad. La clave para que siga la tradición es mantenerla viva"
Cada agosto, Montuïri se viste de amarillo, rosa y verde para celebrar una de las tradiciones más antiguas de Mallorca: "El valor de ser Cossier no solo es festivo y folclórico, tiene un peso emocional profundo"

Las imágenes del baile de los Cossiers de Montuïri / Rosa Ferriol
Cada agosto, Montuïri se viste de amarillo, rosa y verde para celebrar una de las tradiciones más antiguas de Mallorca: la danza de los Cossiers. Pero este año, la cita tiene un significado especial. Se cumplen 275 años desde la primera referencia documental, un hito que no solo refleja antigüedad, sino una continuidad que ningún otro pueblo puede reivindicar.
Joan Socies, historiador del arte y ‘Mestre Cossier’ es una de las voces más autorizadas para hablar de esta tradición. «Gracias a l’amo Joan Niu, cossier y flabioler, que mantuvo a los Cossiers durante todo el siglo XX, hubo esta continuidad», afirma Socies.

Silis Campins
Una historia con raíces profundas
La primera constancia escrita de los Cossiers de Montuïri data del año 1750. «Coincide con la gran reforma de la iglesia. En cada gran reforma de casi toda Mallorca había una celebración solemne en la que aparecían Cossiers», explica Socies. «No quiere decir que cada año se haya bailado, pero tenemos constancia que en 1750 hubo el primer baile», añade.
A lo largo del tiempo, la fiesta ha ido evolucionando sin perder su esencia. «Más o menos eran como los conocemos ahora, aunque antiguamente se llevaran más reliquias, por ejemplo. Después de la Guerra Civil los trajes se estandarizaron, y a partir de ese momento hasta ahora son iguales».

Una foto antigua de los Cossiers danzando ‘Els Mocadors’ el día de Sant Bartomeu. / Arxiu Guillem Mas Miralles
Dos quintadas y una responsabilidad colectiva
La forma de entrar a formar parte del grupo de Cossiers también es particular. No es una elección abierta, sino que una vez se retira el grupo actual de Cossiers se selecciona a los danzantes entre dos quintadas. «Desde los años sesenta se elige entre dos quintadas. El número de danzantes también ha variado: en 1977 eran diez Cossiers, y en los años 80 Joan Miralles estipuló que fueran siete; seis Cossiers y la dama», explica Socies.
Una vez seleccionadas las quintadas, empieza un proceso de formación intenso que abarca todo el año. «El Ayuntamiento llama, mediante una carta, a las dos quintadas elegidas y, desde septiembre de ese mismo año hasta agosto del siguiente, se ensaya durante dos o tres días por semana», relata. «Entre los Cossiers antiguos, los mestres se encargan de enseñar los puntos básicos y de seleccionar quién está dispuesto a bailar». Poder llegar a ser Cossier en Montuïri es un golpe de suerte, «si no te toca esa quinta, ya no te toca nunca», añade Socies.
Históricamente, los Cossiers, pasaron por periodos de infantilización. «Entre 1968 y 1976 bailaban niños; de 1977 a 1993 hubo el primer cambio; de 1994 a 2008; y desde 2009 hasta la actualidad hay el mismo proceso de selección», recuerda Socies.
Bailes que se cantan y se sienten
El repertorio actual incluye once bailes, de los cuales nueve son tradicionales y dos han sido recuperados. Pero más allá de los pasos, destaca una particularidad única: los Cossiers también cantan mientras bailan.
«Cuando nosotros enseñamos los bailes, también les enseñamos a cantar mientras bailan. Eso hace que la coordinación entre ellos, con el flabioler y el tambor sea aún mayor», explica.
Muchos pasos tienen nombre propio, como el trencat, amarrada o el tretze per un reial. Algunos se repiten en varios bailes, otros son exclusivos. No todos se ejecutan los mismos días: «L’Oferta solo se baila el día 24 de agosto. El día 15 no se bailan los Mocadors, y el resto se bailan los tres días».
La música también forma parte del alma de esta tradición. «Flor de Murta, que actualmente es el himno de Montuïri, recoge la esencia musical y los elementos básicos que luego se repiten en los otros bailes. El Marquensó solo se baila el día 24, delante de las autoridades, encima del cadafal, y es más diferente que los otros. También se recuperó La Mitjanit». Con los años, la experiencia se interioriza: «Después de tantos años, los bailes salen solos. Puedes interactuar con el público porque te los sabes de memoria».

Una imagen de archivo del Dimoni con los Cossiers y ‘flabiolers’. / Arxiu Guillem Mas Miralles
El lenguaje simbólico del traje
Los colores y elementos del traje tampoco son aleatorios. Aunque algunos detalles se han perdido con el tiempo, se conserva la estructura general.
«Los colores originales no se saben con certeza. La teoría es que no hay el color azul, aunque sea un color primario y facilitara el proceso de teñir los trajes, creemos que el rosa en realidad era rojo, que con el tiempo se destiñó», afirma Joan.
La base del traje es blanca, formada por la gonella, el ruquet y el capell. Cada cossier lleva una faja de su color y el orden en el que bailan está marcado por estos colores. «Siempre bailan en ese orden. Cada uno tiene su color asignado, pero hay años que, por diferentes circunstancias, nos cambiamos», explica Socies.
La Dama, viste de color blanco con faldilla estampada. «En las primeras fotos lleva el marinyac, pero se perdió. En una mano lleva el ramo de albahaca y en la otra las cintas con los cascabeles, antiguamente llevaba cascabelas, que eran mucho más grandes. Los seis Cossiers los llevan desde las rodillas hasta los pies». Otro elemento singular es el ramo de alfabaguera, una planta estival que acompaña las danzas. «Es un rasgo característico del baile, aunque no hay nada escrito sobre su significado», afirma Socies.
Banya Verda, una figura que conquistó el respeto
La figura del Dimoni, a diferencia del resto, ha vivido una transformación radical. De papel menor, casi cómico, ha pasado a ser un personaje respetado y simbólico.
«Antes era una figura que nadie quería representar porque no tenía prestigio», comenta Socies. «Juanjo, nuestro primer dimoni, vio que lo esperaban para reírse de él. Dejó las escorrejades, cogió la barrota y fue hacia ellos. A partir de ese momento, se le dio respeto a Banya Verda». «El Dimoni de Montuïri pega. Por ahora no ha habido grandes quejas ni denuncias», añade Socies, entre risas.
Su traje, confeccionado con tela de saco y el del resto de Cossiers era elaborado por las monjas de Montuïri, hoy se conservan en el archivo municipal.
Una tradición que evoluciona sin perder el alma
Con el paso del tiempo, la fiesta de los Cossiers se ha proyectado alrededor de la isla. «Durante los años 90 ya empezó a venir gente a vernos. A partir de 2005, con el boom de IB3, hubo una gran relevancia y expectación por venir», recuerda Socies.
Pero el valor de ser Cossier no solo es festivo y folclórico, sino que tiene un peso emocional profundo. «Cuando empecé a los trece años, ser cossier no era más que apuntarte a una celebración popular con los amigos. Con los años te das cuenta de que ser montuirer y Cossier no tiene otro honor mayor».
Sobre el futuro de la fiesta, Socies lo tiene claro: «Tener Cossiers da un sello de calidad. La clave para que siga la tradición es mantenerla viva y es el pueblo quien decide si el legado sigue o no». «El ambiente que se crea… Hay fiestas que son para observar y otras para vivirlas. Y los Cossiers de Montuïri están en el segundo grupo».
La experiencia de los Cossiers actuales
Más allá de la historia y la tradición, quienes hoy visten el traje de Cossier hablan de una experiencia que va mucho más allá de la danza. Para ellos, se trata de un compromiso que marca sus vidas.
«No somos conscientes del tiempo que llevamos siendo Cossiers. Ahora llevamos más años siéndolo que los años que teníamos cuando recibimos la carta», explica Miquel Ginard. «No sabíamos ni en qué consistía serlo. El sentimiento que tienes sobre la fiesta es diferente: una cosa es lo que te imaginas y otra muy distinta es cuando lo vives», añade.
El proceso de selección también dejó huella en esta generación. «Se presentaron dieciséis y se tumbaron dos. Nos dieron algunos estudios sobre la danza realizados por Joan Socies para que lo estudiáramos», recuerda Ginard entre risas.
Toni Bergas explica la emoción del primer día sigue viva en la memoria. «Era ilusión, expectación, era una mezcla de muchas cosas. Fue muy bonito. Realmente emocionante es cuando el Cossier antiguo pone el traje a los nuevos».
La responsabilidad también se comparte con todo el pueblo. «Lo más importante es ver que no es una cosa solamente nuestra, sino que es una cosa del pueblo. Hemos tenido la suerte de que nos haya tocado y a los próximos también les tocará esa suerte. No hay individualismo, y aunque te retires, siempre queda que has sido Cossier», cuenta Tomeu Verger.
El sentimiento de pertenencia es clave. «No somos un grupo de danzarines, sino que somos una familia. Siempre hemos sido los de siempre». Entre las anécdotas más entrañables, Joan Socies recuerda una muy especial: «Cuando empezamos había un paso, el de Mestre Pere Pastera. Ese año había muchas madres delante del cadafal que, emocionadas, se pusieron a aplaudir. A partir de ese año, siempre se aplaude en ese punto del baile».
Y, por encima de todo, está la emoción de salir a la plaza cada agosto. «Justo antes de salir, cuando la plaza está llena, esos nervios… son inexplicables. Es una emoción única».
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