Lletra menuda
El lamento del agricultor aprisionado

Un cultivo de patatas en el entorno de sa Pobla. / Tonina Crespí
Conseguir que llueva bien y en el momento adecuado es un accidente en estos tiempos de desbarajuste climático al alza. Contemplado desde el punto de vista y las conveniencias de la agricultura, este año el agua ha caído en abundancia y sin concentraciones excesivas. No todo son ventajas sin embargo dentro de esta aparente normalidad.
Para una fertilidad adecuada se necesita la complicidad y el equilibrio de las temperaturas porque, de lo contrario, la humedad puede acabar haciendo estragos. Es lo que está ocurriendo en la margal de sa Pobla para alegría del mildiu, camino de consolidarse como nueva plaga, y desencanto de unos payeses que van probando con el cacahuete, cansados de enfrentarse a las adversidades de la patata.
No es que el apreciado tubérculo que tradicionalmente ha dado prestigio y sustento a sa Pobla haya perdido sabor y textura, no. Se trata de los elementos que tiene en contra. Plagas naturales, controles para el uso de pesticidas y competencia nada leal, ni en lo económico ni en lo sanitario, de otros productores extranjeros que no tienen reparo ni veto administrativo para usar los pesticidas que aquí están limitados. Así las cosas, después llegan las patatas de fuera -no hablamos de calidad- que se ofrecen al consumidor a menor precio que las locales. Los desajustes que padecen los cultivadores de sa Pobla son claramente evidentes. Ante esta situación, no se puede caer en la tentación fácil de discutir el control de pesticidas y el efecto contaminante que tiene su uso abusivo. Se trata más bien de abogar por una regularización que no sea solo localizada y que contribuya a igualar los recursos de productores de distintas áreas geográficas. De no ser así, se desbarata el mercado como ya se está viendo ahora.
De no corregirse este panorama acabaremos teniendo unos agricultores aprisionados en su propio esfuerzo y por causa de los condicionantes exteriores que se le presentan y el trato desigual que recibe. Es justo todo lo contrario de lo que necesitan los payeses mallorquines, los residentes e incluso los visitantes ocasionales.
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