Can Lliro: de las ensaimadas a los conciertos
El bar ideado por Guillem Cànoves y Cati Rigo a partir del horno familiar abierto en el carrer de Ciutat de Manacor en 1960, cumple cuatro décadas. Y eso se merece una celebración

Guillem Cànoves, Cati Rigo y su hijo Joan, en la barra de Can Lliro, el emblemático local de Manacor. / S. Sansó

Can Lliro siempre ha sido un refugio. Uno de esos sitios en los que, sin saber muy bien por qué, sientes la necesidad de investigar, de andar a través del tiempo, de los azulejos o de las salas. Un espacio que ha pasado del obrador a la barra y de ésta a los conciertos, siguiendo la transición de un pueblo en transformación. Ahora, que cumple 40 años como emblemàtica cantina manacorina, es momento de la celebración.

Una imagen histórica de Can Lliro cuando era un horno. / S. Sansó
Aunque Can Lliro empezó como un horno. Inaugurado en 1960 por Biel Cànoves y Catalina Miquel, hizo su aparición en la comunidad local cuando el turismo despertaba y el carrer de Ciutat empezaba a ser una arteria comercial y de paso frecuente. Guillem Cànoves, ahora propietario junto a su mujer y sus dos hijos, tenía entonces cuatro años: “Mis padres ya tenían un horno en la calle Martí y Bassa, no muy lejos de aquí. Allí nací”. “Eligieron esta esquina porque les gustó la zona y porque tiene 450 metros cuadrados. Todo Manacor comentaba: “En Biel s’ha engatat… però de bon vi”. El padre de Guillem, hermano de diez, ya había aprendido el oficio de forma autodidacta al terminar el servicio militar. Ensaimadas, pasteles, cocas o panades eran el común denominador del obrador de Can Lliro.

Otra imagen del local del carrer de Ciutat de Manacor en los años 60. / S. Sansó
“Al principio, aquí donde ahora tenemos el escenario de los conciertos, había dos hornos morunos separados, uno que tenía la boca bajando unos escalones, y el otro arriba, que aprovechaba el calor del primero, donde también se horneaba. Aún recuerdo que estaban revestidos con pequeños azulejos amarillos, y que la columna tenía otros similares, pero de espejo. Mi madre despachaba en la entrada del horno, y detrás estaba mi padre con mis hermanos Benet, Joan y Biel”, explica Guillem, quien entró a trabajar en Can Lliro a los 15 años, para ayudar los domingos. “Era un estudiante normal, de seis y medio... así que todo me fue llevando hasta aquí”.
A los tres años, en 1963, vino la primera reforma “que fue cuando pasamos a un solo horno de 4 metros de diámetro, en el que ya podías avivar el fuego y hornear al mismo tiempo, no como antes que tenías que estar vigilando y barriendo todo el rato para evitar que el humo hiciera que el pan oliera mal. Esto permitió hacer las 10 o 12 horas seguidas de trabajo que necesitábamos”.
El proceso estaba estudiado: “El pan a 200 grados, las cocas de cuarto y las ensaimadas a 180 y la pasta de hojaldre entre 200 y 210 grados. Dependiendo de la cantidad, el tiempo... pero los panes deben estar una hora y la pasta de hojaldre no más de 15 minutos”, recuerda Guillem, que sigue elaborando ensaimadas para las cenas que Can Lliro ofrece jueves, viernes y sábados.
9.000 panecillos diarios
“Mi padre compró lo que se llamaba un 'tren de laboreo' que permitía hornear entre 8.000 y 9.000 panecillos diarios en verano, que era cuando teníamos más demanda. De cruasanes podíamos llegar a los 800 diarios”. El turismo había explotado y desde el obrador del carrer de Ciutat se repartía a los hoteles de la zona costera de Llevant sin pausa. “Teníamos entre 10 y 12 trabajadores y cuatro furgonetas”, añade Lliro, que aclara que su ‘malnom’ no proviene de los Cànoves, sino de la parte familar de los Amengual… Ca sa Madona Lliro.
“Cuando cumplí 17 años empecé a trabajar de noche. Es un arte muy instructivo y entretenido, aunque a veces sea algo tedioso al empezar”. Panades, cocarrois o brazos de gitano. “Comenzaba a las diez de la noche y no terminaba hasta las cuatro de la tarde. Después dormía cinco horas hasta las nueve de la noche, y me quedaba media hora para estar con mi novia (ahora mujer, Cati Rigo). Eso lo hice durante tres años. Por aquel tiempo estaba fuerte y podía; tenía los sábados libres y los domingos cerrábamos a la una de la tarde. Era un gusto trabajar entre hermanos y los trabajadores jóvenes… todo el día escuchando a Bob Dylan”.

Imagen de la barra de Can Lliro. / S. Sansó
Finalmente, en 1981, Guillem Cànoves decidió comprar todas la pequeñas partes familiares del horno. Mi padre ya había fallecido y yo sabía cómo llevarlo. Tenga en cuenta que como tenía un ojo vago, el servicio militar lo hice todo aquí”, contesta. Al mismo tiempo, Cati montó la que fue primera tienda de dietética de Manacor. Hacíamos cocas de kéfir, vendíamos soja germinada para cocas integrales, bolsas de hierbas a granel, traíamos cosas de Barcelona…”, añade desde el otro lado de la barra.
“Por esos años dejamos de repartir tanto fuera. La normativa sanitaria obligaba a plastificar los panecillos, no teníamos máquina y costaba dos millones de pesetas comprar una... así que decidimos ser más una tienda de pueblo”. La idea del bar llegaría solamente unos años más tarde y casi por inercia.
La idea del bar
Alrededor de 1983 cerró el bar de ca Ses Guapes, en la plaza de Sant Jaume, por cuestiones sanitarias. “Y como iban de alquiler, decidieron irse. Digo esto porque sentí la necesidad de cambiar de negocio. En la zona faltaba un bar y pensé que estaría bien combinar las dos cosas, un portal para el horno y otro para una cafetería”. Desde 1985 hasta 1989, Can Lliro fue las dos cosas.
Pero de repente, otro cambio de rumbo para seguir teniendo personalidad propia: “Siempre hemos tenido todo tipo de clientela y todo el mundo ha sido y es bienvenido… pero llegamos a un punto que todo eran cervezas y máquinas tragaperras. Eran un gran negocio, porque podíamos conseguir entre 40.000 y 50.000 pesetas semanales, pero veías como amigos y clientes de toda la vida se arruinaban la vida. Recuerdo que fueron momentos de reconversión bastante duros”, dice Guillem, quien tuvo que volver a atarse el delantal blanco y llenarse las manos de harina. “Entre el 95 y el 98 volví a ser panadero en el Forn de Can Beca, en Artà”.
El lema y la música
Ahí fue cuando Can Lliro tomó una implicación política más clara: “Leer y conocer la historia ayuda mucho”. Se posicionó como peña oficiosa del FC Barcelona y tomó partido en defensa clara de la lengua propia de Mallorca… pero todo eso necesitaba un lema, una imagen. “La idea salió de una lluvia de ideas entre Cati, Tomeu Ferrer i Tomeu Caragol. Ellos propusieron una taza de café de la cual salía un humo que formaba las cuatro barras catalanas. Entonces fue cuando mi mujer vio la botella de Estrella y todo cobró sentido: Can Lliro, un cafè amb Estrella”. El relato y la identidad propia son marca de la casa. “Siempre ha habido gente intolerante que ha escupido o han tirado huevos y piedras al mostrador. Pero son 30 años ya del logo y no lo vamos a cambiar”.
Can Lliro siempre había sido un bar activo. En 2006 recogió el testigo del Bar Catòlic y Sa Pua y empezó a organizar las Nadales, otra de sus actuales ‘marcas registradas’ y que cada diciembre llenan el local. “Teníamos un escenario improvisado, hecho de cajas de bebidas y tablones, pero sin mayores pretensiones”, concreta Lliro. Con la clientela en ascenso y viendo la necesidad real de una sala de conciertos como parte de un circuito estable, fue su hijo Joan, llegado de Barcelona donde había estudiado Sociología, quien acabó de convencer a sus padres.

El escenario de Can Lliro, en la sala de los conciertos. La insonorización se ha realizado con posidonia. / S. Sansó
Donde estaban los hornos, un gran escenario semicircular y en la cubierta, posidionia seca para sonorizar la nueva sala. El bar entero entró en un proceso de reforma contemporánea. Añadiendo elementos, derribando otros. Sorprendiendo siempre. Realizada por Carles Oliver y Francisco Cifuentes en 2019 y con la ayuda artística de Cati Lliro, su resultado ha llamado la atención de varias publicaciones sobre aquitectura.
Ahora, 40 años después de su transformación a bar en 1985, Can Lliro celebrará un concierto por todo lo alto. Todo un festival al aire libre de una jornada, el próximo 28 de junio, “que si funciona puede que lo repitamos todos los años”, explica Joan, quien va añadiendo y anunciando nombres al cartel de artistas, entre los que se encuentra Ranxera Takeshi, la banda manacorina creada para la ocasión y que reúne a los mejores músicos del Llevant: Joana Gomila, Laia Vallès, Roger Pistola, Jorra Santiago, Toni Llull i Simó Femenías.
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