Lletra menuda

Mallorca, la isla de la gente sucia

Llorenç Riera

Llorenç Riera

El tránsito viario es anónimo y fugaz. Al amparo de esta dificultad de identificación resulta más cómodo lanzar la lata del refresco consumido por la ventanilla, hacia la cuneta de nadie, que mantener el incordio en el asiento de al lado a la espera de una papelera de reciclaje.

El ejemplo resulta tan gráfico como real y de reproducción constante. De no ser así, se notaría el trabajo de concienciación que hacen entidades como Gadma y a los dos meses de un voluntariado de recogida de basuras las cosas no volverían a estar como al principio.

Quien se atreva a sostener que Mallorca es una isla sucia ofenderá a los valores innatos de su territorio y paisaje. Dado que los metales, plásticos, papeles y residuos orgánicos no crecen en fora vila y ni siquiera en las calles de villas y pueblos, deberemos considerarlos estricta porquería colonizadora por irresponsabilidad y obra de sus habitantes.

En consecuencia, la conclusión es inequívoca y fácil. Mallorca no es una isla sucia, lo es, y mucho, la gente, qué quede claro.

Todo ello no es óbice, sin embargo, para demandar una mayor eficacia en los servicios de recogida de basuras y vigilancia en busca de infractores.

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