Turismo
Verano en Mallorca: Cuando el mar era sinónimo de peligro
Ir a la playa es una de las actividades más usuales en la isla pero esta tradición tiene poco más de un siglo de antigüedad

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Ir a nadar en la playa es hoy una de las actividades más usuales del verano. El litoral mallorquín queda repleto de gente como mínimo durante los cuatro o cinco meses de más calor y no hay playa, cala, caleta o calón escondido que no reciba la visita de algún amante de los baños de agua salada todos los días que haga buen tiempo. Modalidades de bañista hay muchas: los que van para hacer deporte, los que llegan en grupo, las familias, los que sólo toman el sol y nunca se remojan, los que se dan un chapuzón y se van, los que llegan a primera hora, los que lo hacen de noche… pero lo que parece mentira es que esta tradición en nuestra región tenga poco más de un siglo de antigüedad.
Y es que los mallorquines dieron la espalda al mar siempre que pudieron, porque el mar era sinónimo de peligro. Pensamos que el Mediterráneo fue durante siglos una madriguera de piratas y de posibles invasores. Y hasta el año 1830, cuando no se dio por terminada la piratería, ni siquiera la gente quería vivir junto al mar por el miedo a ser masacrados.
Las poblaciones, tierra adentro
De hecho, hasta esa fecha las mujeres no dormían en los puertos, sino que los pescadores iban solos y se exponían al grave peligro el mínimo tiempo posible sólo para poder salir temprano en las pesqueras. No existían poblaciones estables cerca del mar, excepto en Palma.
De hecho, los pueblos se construían tierra adentro por miedo a los ataques foráneos. Y, por todo ello, los mallorquines ni siquiera sabían nadar, y meterse en el mar era considerado una extravagancia y una auténtica temeridad. «La mar fa forat i tapa» es un dicho que todavía hoy pervive y que es muy descriptivo de la filosofía que rodeaba los primeros baños de mar.
Esto cambió a finales del siglo XIX cuando la burguesía consideró que bañarse en el mar era un símbolo de modernidad y cuando los primeros turistas también importaron la moda de «tomar baños» como medida terapéutica y medicinal, sobre todo para las mujeres, decían entonces.
El historiador Antoni Quetglas, en la recientemente presentada Historia de Sóller, hace mención de esta práctica cuando saca a la luz una breve reseña del semanario Sóller de finales del mes de julio de 1905 donde se explica que las playas del Port de Sóller «comenzaban a verse muy concurridas de bañistas», un hecho que el cronista consideraba habitual por el hecho del sofocante calor que aquellos días se dejaba sentir en Sóller. Es la primera noticia que se refiere a esta práctica.
Hoyos en carretera
Además, aquel artículo también dejaba constancia de que el firme de la carretera que unía Sóller y el Port se encontraba en mal estado de conservación y que el trayecto en carruaje era muy incómodo para los pasajeros que ansiaban el remojón en las aguas cristalinas de la bahía. Aprovechaba la ocasión para realizar dos críticas: faltaba un servicio de baños (pensamos que entonces el litoral del Port de Sóller era prácticamente virgen) y también un servicio de tranvías (esta demanda sería satisfecha en 1913).
Tras las personas más acaudaladas de la isla, considerados señores, poco a poco el resto de la población se unió a la moda de bañarse o nadar en el mar. Y, en paralelo, también un incipiente turismo empezó a gozar del agua del mar. Pollença, Palma y Sóller fueron los primeros lugares en recibir turismo y, también, en la práctica de bañarse en el mar.
De hecho, el negocio turístico, asociado en las Illes Balears (y en muchos otros lugares del mundo) al sol y la playa, arrancó en lugares como Sóller sin estar inicialmente relacionado con el mar y los baños. Sóller, según explica también Quetglas en la Historia de Sóller, fue junto con Palma y Pollença una de las poblaciones pioneras en lo que respecta a la explotación turística. La imagen idílica de Sóller, construida gracias a sus espectaculares paisajes, atrajo primero a algunos escritores románticos y después a sus seguidores.
Los franceses fueron mayoritariamente los primeros que fijaron su vista a hacer turismo en Sóller y entre los años 1870 y 1880 abrieron, en el centro de Sóller, y no en el Port, algunas fondas y hostales. Hay que pensar que el municipio de Sóller estaba entonces muy ligado al país galo gracias al comercio de las naranjas; de hecho había varias conexiones marítimas que les unían y en Sóller muchísima gente hablaba perfectamente el francés.
«En 1900, la villa contaba con 9 puestas y 2 hoteles abiertos durante todo el año. También había muchas casas para alquilar en la localidad», detalla Quetglas. El interés de los visitantes, sin embargo, era muy diferente al actual y el mar no era precisamente una de sus prioridades, pero sí un buen complemento.
La moda de ir al Port a nadar rápidamente cogió mucho vuelo hasta tal punto que en 1907 las autoridades municipales creyeron necesario regular su práctica: las mujeres se podían bañar en el Port, entre el torrente de Sa Figuera y el muelle y en el espacio que que queda entre Can Repic y el Llatzeret, mientras que el espacio reservado a los hombres estaba entre el torrente de Sa Figuera y el litoral de Can Repic. Se garantizaba así que no hubiera mezcla de hombres y mujeres. En 1914 era tanta la gente que bajaba al Port a nadar, aprovechando la reciente inauguración de la línea del tranvía, que tuvo que reforzarse el servicio poniendo en verano un vagón extra en la mañana.
La práctica del baño no era bien vista por todos los sectores de la sociedad. En 1914, según recuerda Quetglas, se hablaba de «práctica libertina» y de haberse introducido desde Francia. Y se tuvieron que dictar otras normas limitativas cuando la mayoría de los sollerics optaban por tomar los baños en la Playa de Can Repic, con una nueva segmentación: la zona más cercana al Lazareto era para las mujeres, la parte central para los hombres, y la desembocadura del torrente Mayor era para dejar a los caballos y carruajes.
Las casetas de baño
En paralelo, entre 1910 y 1920 se habilitaron las casitas de baño para dejar en su interior la ropa de calle, poder cambiar y guardar los efectos personales cuando uno se metía en el agua. Fue una influencia francesa que se pudo ver, durante muchas décadas, en la Playa de Repic: decenas de casetones de madera alineados uno junto al otro. Junto al restaurante Mónaco, en la playa de Sa Torre, los casetones pervivieron hasta hace una quincena de años, cuando fueron obligados a desaparecer.
Desde mediados del siglo XX la práctica del baño se convirtió en lo que es hoy, una práctica muy habitual entre mallorquines y visitantes, el principal atractivo turístico de las Illes Balears, el Mediterráneo y otros destinos turísticos. El mar se ha convertido en una zona de ocio que no tiene competencia (con permiso de las piscinas).
Los deportes náuticos, el buceo, la moda del bronceado y mil prácticas ligadas a la playa y el mar, entre ellas la cena junto al mar de la noche de San Juan, la navegación y la pesca, han servido para transformar la sociedad y el paisaje.
De hecho, hoy la población lucha por vivir junto al mar y el litoral, en todo el mundo, se ha convertido en una gran área residencial y de ocio, una vez olvidados los peligros que, hasta hace 200 años, venían de mar adentro.
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