Tradiciones

Las mecedoras ‘manacorines’ resisten a la globalización

La tercera generación de los Gelabert afronta los cambios del mercado desde su pequeño taller de la calle del Bon Jesús

Pep y Miquel Gelabert junto a algunas de las mecedoras que fabrican en su taller de Manacor.

Pep y Miquel Gelabert junto a algunas de las mecedoras que fabrican en su taller de Manacor. / S. Sansó

En el carrer del Bon Jesús de Manacor se esconde una saga de artesanos y varios secretos que se mecen al vaivén de los años. Pep Gelabert Caldentey (Manacor, 1984) es la tercera generación de una estirpe maderera asentada en la ciudad, lo cual y según los tiempos que corren, es todo un hito en el sector. Pero si además le sumamos que son especialistas en mecedoras la cosa coge un tinte de verdad y sapiencia en las proporciones difícilmente superable.

«De parte de mi padre todos eran carpinteros. Mi abuelo, mi padre Pep y sus dos hermanos, Miquel y Sebastià, se asentaron aquí y se especializaron en trabajos de sillería, con especial atención a los balancines de fajas cordados», explica Miquel Gelabert Fullana (Manacor, 1953), segunda generación y experto asesor de su hijo, quien ahora se encarga de modernizar y poner al día el negocio a base de trabajo, innovación y redes sociales. «Un negocio como este debe especializarse para ser competitivo y poder subsistir», confirma.

Los últimos datos sindicales que apuntan al cierre de más de 200 carpinterías en Mallorca durante los últimos diez años (lo que especialmente ha afectado a la antigua capital del mueble) así lo atestiguan. Malos tiempos para la lírica en madera. Pero hay que seguir tocando hasta dar con la tecla.

De las paredes del viejo taller todavía cuelgan patrones y plantillas de sillas y las primeras mecedoras ornamentadas, de sofás o sillones siguiendo el eje inclinado del balanceo. «Al final mis dos tíos se fueron y mi padre se quedó con el negocio», explica Miquel, que a los 15 años entró directamente desde el colegio para ayudarle. «Recuerdo que todavía hacíamos un modelo de silla de verbena, que se plegaba de una forma especial y que llegamos a exportar fuera con éxito».

Padre e hijo son la segunda y la tercera generación del negocio familiar.

Padre e hijo son la segunda y la tercera generación del negocio familiar. / S. Sansó

Pero en esas que tocó decidir. Y como ahora, la decisión fue meditada pero sencilla: mejor la especialización hasta ser los mejores que diversificar malviviendo. «Tiramos por el balancín mallorquín. Mi abuela tenía uno en la azotea y de ahí sacamos las plantillas. Era 1967». Los primeros cuatro modelos fueron de lonas con rayas de colores donde predominaba o el rojo o el verde, el azul o el marrón. «Al principio estos eran las tradicionales… las telas de lenguas llegaron un poco más tarde, pero al menos aquí no eran el color típico de la mecedora mallorquina». «Ahora ya los lacamos todos, pero al principio todos los balancines se teñían a mano con tinta de noguer».

Por lo que atañe a la madera, todos las mecedoras de Can Gelabert se diseñan en madera de pino: «porque es una madera de proximidad y es resistente al mismo tiempo que maleable al corte curvo, algo esencial en nuestro caso», dice Pep, mientras se enfunda la bata beige para arrancar el sinfín y empezar a trabajar. Pero para que no se parta tiene que estar bien seca, por eso durante el mes de marzo los tableros de dos metros deben colocarse uno encima del otro con barras en medio para que el aire pueda correr entre ellas durante tres o cuatro meses, dependiendo de las temperaturas.

Ahora el balancín manacorí quiere tener una vida más allá de los mostradores y la decoración. Volver a ser de uso común y recurrente: «Son mucho más cómodos, con doble lona y espuma entre ellas, con un acolchado en la zona de la cabeza, forrados detrás… son productos de mucha calidad». Y el muestrario de telas es ya de decenas de referencias, desde los colores ‘lisos’ a los ikats llegados desde la fábrica de Biel Riera en Lloseta, la de Bujosa en Santa Maria o los tejidos Vicens de Pollença.

Como dato curioso decir que la tela que cubre una mecedora mallorquina es de 1,40 metros de largo por 65 centímetros de ancho, aunque las hay de 70. «Lleva el mismo tiempo confeccionar un balancín pequeño que de una medida normal, tienes que hacer las ‘metxes’ para encajar las piezas, tomar medidas o calibrar las máquinas igual. Hacer un balancín entero de principio a fin es un día entero de trabajo», subraya Pep, quien coloca su propio logotipo a cada uno que sale de su taller manacorí, para así evitar que algunas tiendas lo vendan como propio, o que le copien su particular diseño de espaldera con curva invertida, especial de can Gelabert.

Una mecedora debe ensamblarse de tal forma que el cálculo del equilibrio quede perfecto. De hecho todas sus piezas están medidas al milímetro para lograr un centro de gravedad que evite accidentes y el balanceo no sea peligroso, ni hacia adelante ni hacia atrás. Un trabajo matemático que se apila como las ramas de un árbol frondoso en el taller, a la espera de nuevos pedidos. «Lo normal es que en una casa haya un balancín, dos está bien y cuatro ya casi que son demasiados», sonríe Miquel.

«Desde pequeño he crecido en un taller de carpintería, así que para mi es algo normal. Pero ha llegado el momento de dar un paso al frente; aquello de la ‘fusteria manacorina’ que solo fabrica piezas casi en serie para hoteles ha llevado al cierre de muchas empresas familiares y a que muchos portales de carpintería ya no estén, por un tema económico y también generacional», confirma Miquel, que recuerda que en los años 60 en Manacor llegó a haber 430 carpinterías, «casi todas las calles de la ciudad tenían una… y el ruido del sinfín era común donde fueras».

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