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Lletra Menuda | A merced de todos los temporales

La orografía sobre la que se levanta lo que queda del Castell d’Alaró lo convierte en un lugar hostil en cuanto a accesos y expuesto sin compasión a todas las inclemencias meteorológicas. Precisamente por eso fue elegido como fortaleza y no en balde la Mare de Déu de su oratorio lleva la advocación del Refugi.

Sin embargo, las vicisitudes de los últimos tiempos demuestran que los fenómenos naturales no son las únicas y principales amenazas para el conjunto del Castell. Lo que el clima y la irreverencia humana desgastan no es reparado y conservado de forma conveniente por las propiedades y administraciones.

Lo que permanece en pie de la muralla es hoy una construcción a proteger y no para protegerse. Madrid no ha cumplido con su obligación de hacerlo. El lugar ha atravesado su peculiar proceso de covid, en términos económicos, que ha dilatado una adquisición por parte del Consell prometida y acordada, pero no consumada, mientras aparece por la puerta de atrás la salida de la amplia parte privada de la finca al mercado inmobiliario y lo hace por un precio superior en más del doble al tasado por el Consell.

La oferta comercial tiene unas reglas galopantes y las administraciones unos pasos lentos, muchas veces desesperantes, que ni siquiera la abultada recaudación de la ecotasa consigue aligerar. Y las piedras del Castell siguen cayendo por abandono.

Tanto si la promoción de venta comercial del Castell es una forma de presión a la institución insular o una operación de libre mercado que vapulea el preacuerdo que el Consell reitera tener suscrito, acaba demostrando, otra vez, que tan significativo lugar permanece a la intemperie de todos los temporales burocráticos.

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