Saber borrar el trazo equivocado o hecho en lugar inadecuado, aunque sea a destiempo, tiene un notable efecto reparador. Comporta autocrítica, una cierta humildad y capacidad de corrección, aunque venga impuesta por el peso de los excesos cometidos y la presión ajena. El ayuntamiento de Inca y el grafitero Kieddy 73 dicen haber llegado a la par a esta convicción, aunque asumir tales evidencias ha costado más de 250 pintadas y muchos botes de pasividad permisiva. El despropósito se arregla con un acuerdo de amigos, por el cual el autor confeso y arrepentido se compromete a reparar las pintadas. Trabajos para la comunidad le llaman, pero conviene matizar que, en este caso, tal expresión no responde a un acto de generosidad, sino a la suplantación de una sustanciosa multa económica. Es hacer borrón, pero no cuenta nueva.
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