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Lletra menuda | La cala de los coches

Una playa virgen y una porción de litoral exento de construcción no son sinónimos por necesidad. Conviene admitir la distinción entre lo uno y lo otro para poder reconocer que Cala Varques ha perdido tal condición, por mucho que el nomenclátor oficial y la denominación popular se confabulen para mantenerlo.

Gana el coche. Y un enclave gobernado a tracción mecánica está exento de toda virginidad. Mucho más si se abandona al contagio de la masificación y es incapaz de convivir con la propiedad privada. Esa es Cala Varques. De ella queda el decorado de naturalidad pálida.

Se había ensayado todo. Habrá que reconocer los esfuerzos, pero también admitir la sucesión de fracasos. Cada verano el ayuntamiento de Manacor, y últimamente también el Consell, habían prometido que sería el último de colapsos y peligros en la carretera. Nada. Oídos sordos, rayas en el agua sobre polvo reseco. Que se abstengan de ir a la playa otros, decimos todos. Esa también es la Cala Varques que se sigue llamando inmaculada.

Una fórmula matemática entre territorio y ratio de bañistas potenciales desembarca ahora, a remos del Consell y timón municipal, un aparcamiento limitado de ubicación inconcreta en el lugar. Es teórico hasta el extremo de mantener sueltos los amarres de acuerdos con la propiedad y eventuales expropiaciones. Los límites de despacho, fijados en 32 vehículos y 129 usuarios, presagian, en el mejor de los casos, una solución parcial y el mantenimiento de la presión humana y de tráfico. La demanda supera con creces la capacidad de equilibrio. La Administración lo sabe y arroja la toalla en forma de aparcamiento limitado. No está madurada la pedagogía del uso racional y responsable del espacio natural. Es más, sigue explotándose como reclamo turístico.

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