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Lletra menuda | La rentabilidad de la calle

La calle es vida y en lugares mediterráneos de clima amable hasta bullicio que en el caso de la explotación turística se transforma en fiesta, trabajo y comercio. En consecuencia se vuelve también espacio público, con todo lo bueno y lo malo de las actividades colectivas, que no queda más remedio que regular. Dentro de esta órbita, la calle también es negocio. Los bancos siempre avizores de la rentabilidad fácil y cómoda, procuran que el ciudadano traspase lo menos posible el umbral de sus oficinas menguantes. Cultivan la confluencia del cliente y operador de la actividad bancaria en una misma persona. Para ello son fundamentales los cajeros automáticos a pie de calle. Pero si el banco es rapaz en la búsqueda de operatividad en la vía pública, los servicios fiscales de las instituciones no se quedan atrás. A fin de cuentas, son entes que se retroalimentan. Si los bancos, al igual que las terrazas de los bares, los escaparates de las tiendas, los cables de las eléctricas y tantos otros servicios y negocios tributan por servirse de la calle, lógico es que también lo hagan los bancos. Deberían hacerlo incluso con un recargo adicional por obligar a tanto pensionista a hacer colas de castigo y desamparo sobre la acera que debería ser solo apacible paseo de su jubilación. El ayuntamiento de Calvià cobrará 600 euros al año por cada cajero de pared exterior. Tiene previsto recaudar 82.000 en cada tanda. Es un filón para las arcas municipales, porque estos dispensadores de metálico abundan en zonas como Magaluf. Al ocio nocturno le gusta el dinero contante y sonante. El peligro está ahora en las reacciones. Seguro que los bancos acaban repercutiendo la tasa sobre el cliente de una forma u otra. Asumido está que el ciudadano siempre acaba pagándolo todo sin excepción ni indulto.

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