Estamos acostumbrados a que los centros escolares limiten su actividad, al margen de la docente, a su función de colegios electorales cuando los ciudadanos son llamados a las urnas. Sin embargo, en los últimos tiempos, los ayuntamientos van acostumbrándose a servirse de los patios de recreo para agrupar jolgorios y festejos, lo cual, dicho sea de paso, refleja con bastante claridad la relación de las autoridades y de la sociedad afectada con la práctica y la complicidad educativa. Es como si el alcalde, los padres y vecinos adultos se apoderaran por unas horas de los juguetes de los niños sin interesarse por las aulas interiores.
Ahora este fenómeno se da en Vilafranca. Los quintos de reemplazos militares inexistentes han llamado a rebato para celebrar una gran fiesta de Halloween en el patio de Es Cremat y el alcalde, que lo tiene «todo controlado», la ha autorizado porque en el pueblo no hay alternativa ni opción mejor para tal jolgorio. Una perspectiva de macrofiesta que, por cierto, se convoca en los mismos días en los que en la comarca se expande la rumorología sobre nuevos contagios de covid.
A los padres y al claustro de profesores no les hace ninguna gracia el lugar escogido para este evento de importación. El Consell Escolar ha estudiado el asunto y se ha enviado una carta al Ayuntamiento pidiendo un cambio de ubicación que, a la vista de la actitud con la que se ha recibido, no se llevará a cabo.
En la falta de idoneidad del lugar asignado también está el mensaje. Los niños de Vilafranca aprenderán la discutible lección de que su frágil patio de juegos, que debería ser objeto de mimos, sucumbe como marco de una fiesta que corren el peligro de considerar propia. El martes todavía les llegarán ecos de botellón, de control policial y quien sabe cuántas cosas más. Mal ejemplo.
