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Tomar el fresco, un patrimonio de los mallorquines ¿y de la Humanidad?

Esos encuentros en el ocaso del día con familiares o vecinos funcionan como las redes sociales, para ponerse al día de lo que pasa en el pueblo

Sentarse a la 'fresca' patrimonio también de los mallorquines

El urbanita desplazado empieza a ser consciente de que vive en un pueblo cuando se sorprende a sí mismo saludando al primer desconocido con el que se cruza por la acera (algo impensable en las ciudades, con el riesgo de pasar como un excéntrico demasiado simpático). Segundo, uno nota ese cambio de vida cuando se convierte también en un asiduo del horno de turno para degustar pan de verdad, y para enterarse de todos los cotilleos posibles mientras hace cola.

El urbanita toma además conciencia del cambio de vida cuando, en días de calor pegajoso, no ve nada extraño en coger una silla de su casa, sacarla a la acera y dedicarse a pasar el ocaso del día, tomando el fresco y charlando con otro vecino o con algún familiar. Algo impensable también en la gran ciudad, si uno no quiere comerse una bocanada de humo por segundo por gentileza del tráfico de los coches.

Esa costumbre de tomar el fresco en la calle data de tiempos inmemoriales y ahora ha saltado al primer plano mediático por una insólita iniciativa lanzada por el pueblo gaditano de Algar. Este municipio ha propuesto que esa costumbre de sentarse en la calle al atardecer sea declarada por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Miquel Florit, tomando el fresco.

«En Algar no queremos que se pierdan nuestras costumbres, nuestra tradición, nuestra forma de relacionarnos con nuestros vecinos. Por eso, vamos a iniciar un procedimiento para que la ‘charla al fresco’ sea declarada Patrimonio de la Humanidad», defiende el Ayuntamiento de la localidad, que reconoce que este hábito no es singular de su pueblo. «No nos importaría compartir el reconocimiento [con otros lugares]», señala el alcalde José Carlos Sánchez.

Carme y Guillem.

«Me parece genial que sea patrimonio de la humanidad. Yo lo he visto y lo he hecho toda la vida, desde pequeña», dice Caterina, estudiante de maquillaje en Madrid, mientras juega a cartas con una amiga en Portocolom (Felanitx), al caer la tarde.

Necesidad de socializar

El gesto de prendre sa fresca se extiende por la geografía mallorquina de foravila y viene determinada primero, claro, por la necesidad de refrescarse un poco, pero también (y no necesariamente en este orden) por la necesidad de socializarse que tienen todos los humanos.

Corro de sillas ‘a la fresca’, en Sant Joan.

«Podría decirse que son como las redes sociales de otra época. Esta costumbre que viene de tan atrás era una forma de divertirse un poco. Ahora, tenemos internet, televisor, radio... ¡Antes no existía nada de esto! A veces, los que salen a la calle son de la misma familia. Pero otras veces salen todos los vecinos, y eso es una gran fuente de transmisión de información, de noticias, de enterarse de lo que ha pasado a uno o de criticar a alguien, de llevar sa pell a algú», sostiene el investigador de la cultura popular Rafel Perelló.

Pep Payeras y su madre.

Cuenta que en Porto Cristo (Manacor) hay un grupo de amigas mayores que han instituido la costumbre de quedar cada día del verano en casa de alguna de ellas para tomar el fresco. «Y en las conversaciones que mantienen salen todos los temas recurrentes, como son el calor, los hijos, qué han hecho para comer, hablan de los vecinos, veïnadetgen, y ahora, claro, hablan de la pandemia», explica Perelló, quien se muestra maravillado por el léxico tan rico que se mueve en estas conversaciones. «Si uno quisiese aprender mucho vocabulario, aprendería de ellas un caramuller de palabras que no se usan hoy en día», dice.

En la importancia de la socialización incide por ejemplo Miquela, una jubilada que volvió hace unos años a la isla después de vivir en Nueva York. Lo explica una tarde tomando el fresco en primera línea de Portocolom. «Salimos tal cual, sin arreglarnos ni nada. ¡Con el delantal!», dice, riéndose.

‘Prenent la fresca’ (Miquela, en medio).

«Si salgo sola a lo mejor saco un libro, pero la mayoría de las veces me siento aquí sin más, a admirar las vistas. Son un privilegio. También es una manera de socializar. Saludas a los vecinos, algún conocido se para a charlar. Hay gente que la conozco sólo de verla pasar por aquí», cuenta. Es una comunicación de otro tiempo. Sin muros de Facebook, sin stories de Instagram y, sorpresa, con pocos móviles. «Aunque algún móvil también sale... No podemos estar sin, ni los jóvenes ni los no tan jóvenes», bromea el hijo de Miquela.

Prendre sa fresca deriva en otras ocasiones en cenas improvisadas. «Muchas veces cenamos aquí mismo. Es algo espontáneo: simplemente sacamos la mesa, las sillas y la cena», cuentan otros vecinos. Una comunicación, sin duda, de otro tiempo, cuando no había prisas y la gente hablaba mirándose a los ojos, sin necesidad de aditivos tecnológicos.

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