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Lletra menuda

La alegre anarquía del coronavirus

El verano feliz que más de uno había confiado a las vacunas queda extinguido por completo cuando ni siquiera ha llegado a su ecuador. Con ello se va al traste también una de sus expresiones de mayor carácter, las vacaciones y las actividades infantiles organizadas. Los campamentos, colonias, escuelas de verano, juegos populares de las fiestas y actos semejantes, lúdicos o formativos, pasan a ser un lugar preferente de contagio o, cuando menos, de cuarentena por proximidad a infectados.

El alegre verano queda devaluado en rompecabezas de recomposición familiar y control infantil. La culpa es del vecino, del contacto estrecho. Con el desprendimiento de la mascarilla al aire libre también se ha destapado la realidad de una sociedad que ha bebido de la doctrina Ayuso y permanece sumida en una indigesta de libertad mal entendida. Los contagios están más disparados que nunca, pero las fiestas de los pueblos siguen adelante. Los ayuntamientos y el Govern miran al otro lado, las decisiones impopulares son para los demás, o para que el tiempo las vaya estrangulando a base de contagios e ingresos hospitalarios. Sineu, Portocolom, Mancor y Lloseta concentran ahora el mayor número de niños en cuarentena. En Búger y Selva cierran bares. Son las alarmas y las preocupaciones de hoy, mañana se añadirán otras en otros lugares porque se está instalando una picaresca de contagios no reconocidos y las fiestas populares, menos diluidas de lo que indican sus programas oficiales, no han hecho más que empezar. Llegarán a uno de sus puntos álgidos el próximo fin de semana con Sant Jaume. Pero hay que pasarlo bien, acumulamos demasiados meses de restricciones. No tengo por qué mirar más allá de mi diversión. Ya apechugarán los sanitarios. La peor pandemia está en el comportamiento.

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