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'Gisela', tres generaciones vistiendo a Binissalem

La tienda de ropa más emblemática del pueblo cumple 70 años de vida, una dilatada trayectoria repleta de historias singulares

Francisca e Inmaculada, en la tienda ‘Gisela’, en Binissalem. | JAUME CANUT

Actualmente es, con diferencia, la tienda de ropa más antigua de Binissalem. Los 70 años de servicio que en este 2021 cumple así lo acreditan y, con la actual, ya son tres las generaciones de la familia que la han regentado. Dedicada a la venta de ropa para hombre y mujer, Gisela fue inaugurada en 1951. Desde entonces, abarca un dilatado período que consta de una primera etapa en la que el negocio estuvo ubicado en la calle Rectoría, donde residía doña Francisca Matheu Llabrés, la fundadora. Para saber más sobre la historia de este emblemático establecimiento aportan claves tanto su hija, Francisca, como su nieta, Inmaculada, quien ahora se hace cargo de la empresa.

Francisca recuerda cómo surgió la iniciativa, por parte de su madre, de abrir una tienda de ropa en el pueblo. «Mi padre era carpintero de profesión, se puso enfermo y tuvo que cerrar. Mi madre sabía coser y con una cuñada suya, que era modista, decidieron montar una tienda de ropa. En aquellos inicios, vendían ropa para bebé, primera puesta, cochecitos, cunitas... Creo recordar que, en aquellos años, sólo había otra tienda de ropa en Binissalem, Ca s’Hereu, donde despachaban telas a metro y ropa para hombre».

«Después», prosigue contando, «al cabo de más o menos ocho años, empezamos a cambiar los productos, ya que María, mi hermana, se hizo modista y confeccionaba mucha ropa para la gente del pueblo. Una vez dado este paso, también convencimos a nuestra madre para que trajera ropa interior de señora. Más adelante, incluso llegamos a vender perfumes y joyas».

En esa primera etapa, en la que la tienda estaba ubicada en su casa, en la calle Rectoría, los comienzos no fueron nada fáciles. «Fueron unos años complicados, ya que la gente estaba acostumbrada a coser y a realizar tareas de confección propia en casa. Incluso la cuñada de mi madre dejó el negocio. Con el tiempo, la gente se acostumbró a venir a comprar y todo empezó a ir a mejor», dice Francisca.

En la larga época de posguerra, «mucha gente pagaba a plazos», relata. «Fue muy popular la llamada roda. Se trataba de un boleto que equivalía al importe a gastar y lo amortizaban en cuotas semanales; esto facilitaba la compra al cliente y aseguraba el cargo en la tienda. También con las clientas de confianza se hacían muchas ventas sin boletos y ellas pagaban un tanto a la semana. De todos modos, las tarjetas bancarias actuales son lo mismo, pero el negocio lo hace un banco», explica. Respecto a cómo surgió la posibilidad de cambiar de emplazamiento (a la calle de Bonaire), cuenta que fue «una jugada del destino». «Un día, mientras compraba el pan en la panadería Can Caparrot, me fijé en la pared que había justo allí delante. Me indicaron que era un solar, lo estuve mirando un rato y me quedé alucinada. Eran restos de unos viejos establos pertenecientes a un antiguo casal del pueblo conocido como ‘Can Seda Negra’, y enseguida pensé que aquel lugar era ideal para instalar la tienda, ya que la casa de la calle Rectoría, donde entonces estaba ubicada, por herencia pasaba a ser propiedad de mi hermana. Le expliqué la idea a mi marido, fuimos a verlo y le gustó mucho. Vendimos una casa que él había recibido en herencia de sus padres, lo compramos y nuestro tío ‘Magdau’ se hizo cargo de la reforma».

Las obras no fueron precisamente un camino de rosas. «Mientras se ejecutaban, murió el aparejador, un maestro de obras y nuestro tío, quedando la obra medio hecha. Así que tuvieron que ser mi marido y otro obrero quienes finalizaran definitivamente la construcción. En marzo de 1981, abríamos la nueva tienda, entonces mi hija Inmaculada tenía tres meses. Así pues, comenzaba una nueva etapa de la tienda de ropa Gisela, siendo yo la responsable; una etapa que se alargaría hasta 2019, en que me jubilé», dice Francisca.

Desde su amplia experiencia en el mundo de la moda, se anima a valorar cuáles han sido las novedades en ropa que más impacto han podido tener en una época determinada.

«Recuerdo que hacia finales de los años sesenta tuvieron una excelente acogida los jerseys de punto con angora, de la marca francesa Vitos, una prenda que se vendió muy bien. También recuerdo que hacia mediados de los noventa tuvieron mucho éxito las bermudas; eran muchas las mujeres del pueblo que venían a comprar ese tipo de pantalón», cuenta.

Inmaculada, quien representa la tercera generación al frente de la tienda, asegura sentirse muy recompensada por el trabajo que realiza y por «la gente que todavía compra en el pequeño comercio». «A nivel familiar, estoy muy orgullosa de mi abuela y de mi madre, que han trabajado mucho para que podamos estar bien. Han sido muy luchadoras», asegura.

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