Son Servera revive los 200 años de la peste, con similitudes a la covid-19
El geógrafo e historiador local, Pedro Fidel Castro, enumera las semejanzas entre la epidemia de 1820 y la pandemia actual

El historiador ‘serverí’, Pedro Fidel Castro Lliteras. / BIEL CAPÓ
Biel Capó
Son Servera celebra hoy el bicentenario del levantamiento del cordón militar que cercaba la vila durante la peste de 1820. Fue un 31 de enero de 1821 cuando se levantó la restricción que mantenía la villa cercada. Aunque no será hasta el año siguiente cuando se empiece a celebrar anualmente y sin interrupciones la festa promesa, el día 1 de febrero, festividad de Sant Ignacio de Antioquía. Después de que, en plena pandemia, un 9 de junio de 1820, las autoridades sanitarias, civiles y eclesiásticas decidieron celebrar perpetuamente la efeméride el primer día en que el pueblo estuviese libre del cordón sanitario. Pedro Fidel Castro Lliteras es un geógrafo e historiador local que ha dedicado los últimos años al estudio de este hecho histórico que acabó con dos terceras partes de la población de Son Servera, dejándola inmersa en una gran pobreza. Como el mismo investigador reconoce, ha habido mucha similitud tanto económica, social, política y sanitaria entre lo que ocurrió hace 200 años durante la epidemia con lo que vivimos actualmente con la pandemia de la covid-19.
La decisión de aislar a la población para evitar que avanzara el contagio fue la primera medida tomada en 1820 para aislar a cuatro municipios: Son Servera, Artà, Capdepera y Sant Llorenç, aunque este último fuera por seguridad, ya que en aquel momento no presentaba casos de afectados. El cordón cerró una franja de las isla que transcurriría desde Porto Cristo pasando por Sant Llorenç y hasta Alcúdia. Como recuerda Castro, también hubo cercamientos perimetrales, ya que la Junta Provincial de Sanidad pidió a los ayuntamientos que individualmente se cercaran cada una de las cuatro poblaciones. Aunque, según manifiesta el historiador local, dichos cercos se hacían con personal civil ya que no se disponía de más efectivos militares. Eso sí, en el caso del cordón perimetral que aislaba Son Servera de Sant Llorenç, ante la falta de gente civil para llevarlo a cabo, ya que Sant Llorenç insistía en que no disponía de ella, hubo un batallón de soldados suizos que tomó parte del cordón militar, que se adentró en la zona afectada para realizar el cercamiento perimetral.
Curiosamente, al empezar a difundirse la noticia de la instalación del cordón que cercaría las poblaciones, hubo gente que intentó salir de los pueblos afectados saltándose los perímetros restringidos, igual que ha pasado en la actual pandemia. También hubo escasez de instalaciones para atender a tantos infectados, lo que provocó la construcción de un hospital en la actual calle del Mar, hecho que nos recuerda la construcción de centros sanitarios y hospitales para atender a los afectados de la actual pandemia en muchos países del mundo. Pero la falta de material también era similar. En 1820, manifiesta Castro, había escasez de utensilios para protegerse de los infectados, lo que hoy conocemos como EPIS, entonces se denominaban vestidos encerados o trajes de hule. Tampoco había suficientes.
La desinfección, al igual que en la actual pandemia, también jugó un papel importante durante la peste. Primero desinfectando las casas donde moría gente y después desinfectando calles y viviendas en general. Ante la imposibilidad de tener un medicamento que lo curara, las medidas más efectivas fueron sacar del pueblo a la gente o separar la población por grupos de infectados, con síntomas o sanos, en campamentos compuestos por barracas de pino, en pleno pinar, para que se airearan.
En la parte económica, las poblaciones quedaron muy afectadas, sobre todo Artà y Capdepera, donde había más industria. Son Servera vivía de las labores del campo y, además, se encontraba inmersa en un periodo de pobreza producido por tres años seguidos de sequía. Actualmente el motor económico del pueblo es el turismo con una temporada en dique seco y a las puertas de la segunda, que se afronta con mucha incertidumbre.
Cada 1 de febrero en Son Servera se entregan los premios Metge Joan Lliteras a personas o entidades que realizan labores de conciencia social, humanitaria o de investigación científica y médica en beneficio de los ciudadanos de las islas, en memoria de los fallecidos durante la peste de 1820. Pero poco se sabe de la figura del médico que da nombre al galardón. Tenía 35 años cuando la peste llegó al pueblo de donde era médico titular. No gozaba de buena salud y, en plena epidemia, además padeció una erisipela facial, que prácticamente le dejó ciego. El 26 de mayo la peste entró en su casa llevándose la vida de su criada y de su hijo Antonio. Más tarde, incluso, se dijo si podía tener un bubón en su antebrazo derecho. En estas circunstancias el equipo de médicos que se encontraban atendiendo a los infectados, al contrario de él, aseguraban que aquello no era contagioso, incluso en un informe el doctor Pascual aseguraba que aquello provenía de unas lombrices gástricas, provocadas por la mala alimentación. Poco después este equipo de cuatro médicos abandonaba por su cuenta el pueblo, quedando el enfermo doctor Lliteras como único médico, al haber fallecido su compañero Serafín Nebot. Este día fue cuando comienza la leyenda heroica del doctor. Al saber que el pueblo había quedado abandonado a su suerte, sacó fuerzas de su flaqueza, se levantó de su convaleciente cama y con la cara inflamada y prácticamente ciego, se instaló en casa del farmacéutico para que los pacientes pudiera acudir ya que él no podía desplazarse. Fueron momentos difíciles, pero más tarde regresaron los médicos y la Junta Superior sanitaria nombraba a Lliteras como responsable absoluto. A partir de aquí se impusieron sus criterios, se crearon campamentos para los afectados, separando los sanos y se le puso al frente del hospital que se había construido en el pueblo. Con el tiempo, fue mejorando llegando a entregarse más aún a su gente, desinfectado, pasando visita, redactando informes e incluso sacaba tiempo para la investigación. El 11 de septiembre, sin defunciones en el municipio, la Junta de sanidad remitía un escrito a la Junta Suprema alabando la labor del doctor Lliteras, remarcando que nunca se lo podrían recompensar.
Joan Lliteras, la leyenda heroica de un doctor
Cada 1 de febrero en Son Servera se entregan los premios Metge Joan Lliteras a personas o entidades que realizan labores de conciencia social, humanitaria o de investigación científica y médica en beneficio de los ciudadanos de las islas, en memoria de los fallecidos durante la peste de 1820. Pero poco se sabe de la figura del médico que da nombre al galardón. Tenía 35 años cuando la peste llegó al pueblo de donde era médico titular. No gozaba de buena salud y, en plena epidemia, además padeció una erisipela facial, que prácticamente le dejó ciego. El 26 de mayo la peste entró en su casa llevándose la vida de su criada y de su hijo Antonio. Más tarde, incluso, se dijo si podía tener un bubón en su antebrazo derecho. En estas circunstancias el equipo de médicos que se encontraban atendiendo a los infectados, al contrario de él, aseguraban que aquello no era contagioso, incluso en un informe el doctor Pascual aseguraba que aquello provenía de unas lombrices gástricas, provocadas por la mala alimentación. Poco después este equipo de cuatro médicos abandonaba por su cuenta el pueblo, quedando el enfermo doctor Lliteras como único médico, al haber fallecido su compañero Serafín Nebot. Este día fue cuando comienza la leyenda heroica del doctor. Al saber que el pueblo había quedado abandonado a su suerte, sacó fuerzas de su flaqueza, se levantó de su convaleciente cama y con la cara inflamada y prácticamente ciego, se instaló en casa del farmacéutico para que los pacientes pudiera acudir ya que él no podía desplazarse. Fueron momentos difíciles, pero más tarde regresaron los médicos y la Junta Superior sanitaria nombraba a Lliteras como responsable absoluto. A partir de aquí se impusieron sus criterios, se crearon campamentos para los afectados, separando los sanos y se le puso al frente del hospital que se había construido en el pueblo. Con el tiempo, fue mejorando llegando a entregarse más aún a su gente, desinfectado, pasando visita, redactando informes e incluso sacaba tiempo para la investigación. El 11 de septiembre, sin defunciones en el municipio, la Junta de sanidad remitía un escrito a la Junta Suprema alabando la labor del doctor Lliteras, remarcando que nunca se lo podrían recompensar.
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