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Lletra menuda | Imponer los hechos consumados

Gobernar no es imponer la voluntad y el criterio de quien ocupa un poder que, en contra de lo creído por algunos, resulta siempre efímero. Gobernar consiste más bien en la capacidad de hacer valer tus convicciones, dotarlas de soportes convincentes y llevarlas a término con transparencia y solvencia argumental. Evidentemente, este no ha sido el caso de Joan Rotger en el asunto de los pinos de la plaza de Selva. Podemos discutir si los árboles debían ser talados o no, pero en modo alguno hallamos espacio suficiente para conceder crédito a la política de imposición de hechos consumados practicada sin mecanismos de remisión ni reparación. La sobredosis de silencio resulta mal nutriente para un alcalde porque ocasiona alergia a la rendición de cuentas a la que se debe todo cargo público. Dado que el veterano y sigiloso Joan Rotger no puede alegar ignorancia ni escasez de práctica, deberemos asumir, porque los hechos son irreversibles, que decidió usar la motosierra en Selva igual que si actuara en una finca particular. Estos son los riegos y los altos costes de la reiteración en el cargo, la confusión de límites entre lo público y lo privado, que en Selva ha pagado ahora el patrimonio vegetal y la propia imagen urbana de la villa. Cuando se desvelan a posteriori tantas contradicciones entre informes propios y externos, y entre la condición de los firmantes, significa que las cosas se han hecho mal y de forma precipitada. Había muchos extremos pendientes de aclarar antes de desnudar la definición de la plaza de Selva. No ha habido márgen para sopesar pros y contras. La tala por sorpresa emite, en todo caso, un aviso a navegantes: resulta imprescindible no retrasar más los catálogos de bienes y elementos vegetales de los municipios de Mallorca.

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