Para varias generaciones de vileros, Mateu Ferrer Estelrich (Santa Margalida, 1920) es simplemente l’amo en Mateu Gallardó, siempre presente en todas las fiestas populares, en especial en el montaje de las carrozas de la procesión de la Beata, y en la organización de las beneïdes de Sant Antoni. Cuando faltan pocos días para que cumpla cien años, conserva su vitalidad y aún se mantiene en activo elaborando como entretenimiento miniaturas de muebles mallorquines, escaleras y antiguos juguetes como roncadores. Si bien no ha ocupado nunca ningún cargo político, ni durante la dictadura ni en la democracia, siempre ha estado implicado en la vida social de la Vila. Ha sido directivo de la asociación de Antiguos Alumnos de La Salle, de Obrers Catòlics, de la Banda de Cornetas y Tambores, miembro de la coral... Y, en la parroquia, menos misa, ha hecho de todo.

¿La profesión de carpintero le viene de familia?

Me hice carpintero porque siempre me gustó esta profesión. A los doce años, como muchos niños de aquel entonces, dejé la escuela y me puse a trabajar como aprendiz. 

¿Dónde aprendió el oficio?

En Santa Margalida, con el maestro Jaume Cladera (Femenia), el abuelo de Pedro dels Camions. A los 18 años me fui al servicio. Junto con los de mi quinta del 41 estuve movilizado siete años hasta que terminó la segunda Guerra Mundial, con alguna que otra temporada de permiso. Cuando me licenciaron, con 25 años, mi padre me pidió que me encargara de las tierras puesto que en la guerra se había muerto Juan, uno de mis hermanos. Le contesté que no tendría terrenos suficientes para vivir, por lo que preferí establecerme por mi cuenta como carpintero.

Supongo que no sería fácil ponerse a trabajar de forma autónoma en aquel tiempo.

No era tan difícil si habías aprendido bien el oficio, porque prácticamente todo se hacía manual y apenas necesitabas maquinaria. Yo, cuando me establecí, solo disponía de una máquina, no como ahora que mi nieto, Joan Miquel, que sigue en el oficio, tiene que ser casi como un ingeniero.

¿Ha cambiado mucho la forma de trabajar en relación a cuando empezó?

Para mí ha cambiado como de la noche al día. Ahora la práctica totalidad de los trabajos se realizan de forma automática, y cuando yo empecé todo era manual y las máquinas que utilizábamos también lo eran y no todos los carpinteros las tenían.

¿Cómo maestro de carpinteros, cuántas personas han aprendido el oficio en su taller?

En los primeros años llegué a tener hasta siete aprendices, entre ellos a tu tío Pep, a mi primo Miquel, Joan Vicens, Joan Coix…

Su taller funcionaba también como una escuela de formación.

No había otra forma de aprender un oficio. Yo mismo empecé como aprendiz a los doce años, aunque después tuve la suerte de que en los siete años de mili estuve trabajando como carpintero en los talleres militares, que había en lo que ahora es s’Hort del Rei, en Palma. Allí aprendí mucho, porque tenía dos maestros, forasteros los dos, Cabañas y Tomás Pérez, muy buenas personas y grandes profesionales.

También fue uno de los primeros alumnos del colegio de La Salle de Santa Margalida (Cas Hermanos).

Los Hermanos se habían establecido en Santa Margalida en 1912 y en aquel momento mis abuelos eran vecinos suyos. A los cuatro años ya iba al colegio. Me acuerdo de que el fundador, el hermano Agustín, siempre me sentaba en una silla a su lado. Años después fui con el hermano Damián, de Llubí, hasta que cumplí los doce. En aquel tiempo cuando se sabía hacer una cuenta (un porc val un duro, i deu, deu duros), los padres ya estaban satisfechos.

«Nunca había vivido una situación como esta, lo más parecido que recuerdo es cuando de pequeño morían muchos bebés»

¿Qué recuerdos tiene del colegio?

Te lo voy a decir como católico y como cristiano. Y eso tiene que salir. Me quedaron grabadas las palabras del hermano Agustín que nos explicaba que después de este mundo hay un Dios y que existe el cielo. Recuerdo anécdotas como cuando vino tu bisabuela e, interrumpiendo el dictado del hermano Agustín, anunció a tu tío Pere que acababa de nacer tu padre Xesc, y cosas así. Allí aprendí la poca letra que sé. Bueno, el otro día en el café con unos amigos míos hablando de estas cuestiones, Sebastià Major dijo no estar seguro de que haya un cielo, aunque sí lo está de que el infierno lo tenemos en la Tierra, algo que, desgraciadamente, puede que tenga razón.

¿Cómo comenzó a realizar las miniaturas de mobiliario mallorquín y escaleras?

Fue casi por casualidad y por un malentendido. Cuando era rector de la parroquia Guillem Feliu, de Llubí, me encargó una escalera mallorquina de tres pies. Yo entendí que era para coger fruta del patio de la rectoría y cuando se la llevé me dijo que, en realidad, lo que quería era una miniatura. A partir de ese momento seguí haciéndolas. En estos momentos tengo repartidas por más de siete naciones más de mil, y tengo otras mil aquí dentro (refiriéndose a su casa). Además de escaleras, también hago miniaturas de sillas y de mesas. Ahora lo tendré que dejar. En 2017 regalé al Ayuntamiento 232 para que las repartiera entre los mayores de 70 años.

Cuando tenía 16 años estalló la Guerra Civil. ¿Cómo vivió esta época?

Pudimos seguir trabajando, aunque había dificultades de abastecimiento de comida. Recuerdo que había alimentos de primera necesidad racionados y que cada familia tenía una cartilla de abastos. En mi familia siempre pudimos comer pan, pese a que teníamos que entregar parte de la cosecha de grano. 

«En la Salle, el hermano Agustín me inculcó que hay un Dios y que después de este mundo existe el cielo»

En la guerra perdió a un hermano.

Es el recuerdo más triste que tengo. Éramos tres, Miquel, que lo hicieron sargento de complemento o “estampillado”, y Joan, que tras un permiso en Mallorca, cuando regresaba a su destino en Zaragoza ya no llegó. Nos enteramos por un compañero de Manacor. Tenía 23 años. 

A lo largo de estos años ¿qué cambios ha experimentado Santa Margalida?

Para mí lo más importante es el cambio brutal que se ha producido en el campo. Cuando yo era niño el pueblo era prácticamente agrícola, incluso las personas como yo que teníamos un oficio complementábamos los ingresos si podíamos trabajando la tierra. Ahora con la maquinaria, cuatro personas se encargan de todas las fincas. No sé si esto es un adelanto o un atraso.

¿Cómo recuerda su colaboración con las fiestas de la Beata en Santa Margalida, y en especial con la procesión?

Desde niño iba a la procesión, pero mi colaboración más estrecha comenzó en los años setenta cuando Francisco Font (Pancho), junto con otro empleado del Ayuntamiento, comenzó a montar una serie de carrozas que desfilaron acompañando a la de la Glorificació, más antigua. La primera que hizo Pancho, fue la de Santa Catalina Mártir. Un año yo hice tres carrozas: la del Molino, la capilla de la Beateta de Valldemossa y sa Font, que ahora están retiradas.

«Admiro que una persona como Francina Armengol, siendo farmacéutica, se dedique a la política»

¿Y cómo era la procesión de la Beata en su juventud? 

Además de los cuadros que representaban a la santa, los ángeles y los santos, he visto como solo desfilaba la carroza de la Glorificación, unos cuantos demonios y parejas de payeses, aunque no tantos como ahora. A lo largo del recorrido se colocaban festers y se quemaban faies y bengalas de colores. De hecho, yo desfilé durante muchos años con un carrito de con bengalas. Todo esto se retiró en su momento por su peligrosidad debido a la aglomeración de gente.

¿Le gusta más como se hacía antes o la procesión de ahora, más masificada?

Antes era una procesión muy seria, pero como todo, ha ido progresando y a mí me gusta mucho, mucho… Y también debe gustar a mucha más gente porque vienen muchos payeses de toda Mallorca.

¿Con su experiencia, si pudiera, cambiaría algo de la procesión, para mejorarla?

Pese a los cambios la procesión es la misma, aunque con más gente. Incluso este año que por la pandemia no se ha realizado todo el mundo colgó domassos en sus balcones y fachadas.

«Ahora ya no voy al bar porque no vale la pena tener que estar con la mascarilla puesta, prefiero pasear»

¿Cómo ha vivido el confinamiento provocado por la covid-19?

Es una situación que nunca he vivido y no es comparable con otras épocas difíciles. Todo el mundo está en su casa acobardado. En mi caso no lo he vivido con miedo, pese a que en enero me caí. Ahora he dejado de ir al bar como antes, porque no vale la pena estar allí con la mascarilla puesta y tener que guardar una distancia de un metro y medio. Estoy bien en casa y prefiero salir a pasear por la plaza de la iglesia.

¿Pensó que podría vivir una situación como esta?

La verdad es que no. Oí hablar del año de la gripe, pero lo de ahora no tiene comparación posible, por el amor de Dios. No, no… nunca en la vida. Lo más parecido a esto que recuerdo es que cuando era niño, casi cada día las campanas tocaban por el fallecimiento de recién nacidos.

¿Ha seguido alguna dieta especial o tiene algún secreto que le ha permitido alcanzar los cien años?

Te lo diré... Soy y he sido muy feliz durante todo el tiempo que he trabajado. Disfruto regalando y obsequiando mis miniaturas a las personas que vienen a verme, a colectivos o a la iglesia, que tiene cinco regalos míos. Desde que me doy cuenta que he envejecido no lo soy tanto, porque desde hace unos meses no me dejan cortar las piezas con la máquina y lo hace uno de mis hijos, aunque soy yo el que se las marco y las sigo montando. 

«Un año hice tres carrozas para la procesión de la Beata, la del Molino, la de la capilla de la ‘beateta’ y sa Font, pero ahora están retiradas»

¿Hasta cuándo cortó usted las piezas?

Pues hasta hace unos tres meses. Vino un médico de Holanda que me dijo que había corrido mucho mundo porque cada año visitaba un país y que nunca había encontrado un caso como el mío, que con mis años siguiera trabajando. Recuerdo que un hijo me llevó al médico y le dijo que me levantaba por las noches para encolar, y le respondí que, en realidad, iba al baño y aprovechaba que estaba despierto para encolar las piezas de las miniaturas.

En definitiva, le hace feliz el trabajo y estar en activo.

Tú lo has dicho, no podría estar en casa todo el día sin hacer nada.

¿Por qué nunca ha querido ser concejal?

Porque no sirvo para la política, aunque admiro que personas como nuestra presidenta Francina Armengol, teniendo una profesión como farmacéutica, lo hagan. Y cuando la vea se lo voy a decir.