Quizá pocos municipios de España estén tan vinculados a la llegada de visitantes como Calvià. Con sus 60.000 plazas hoteleras (el 21% del total de la isla), este municipio piensa en turismo, respira turismo, come del turismo... Y, claro, se desespera cuando no hay turismo. Como es el caso en estos tiempos de pandemia. Cerrado el flujo de visitantes por las restricciones de movilidad, el municipio ha quedado huérfano de ingresos y de empleos directos e indirectos. Es «el invierno más largo de la historia», como le llaman algunos a la sucesión de inactividad entre la temporada baja de 2019 y la de 2020, sin apenas ingresos. Lo que dice la macroeconomía -caídas del 90% en la llegada de turistas- se traduce a pie de calle en conceptos muy simples: cero ingresos, dificultades para pagar el alquiler, cómo hacer la compra...

Cómo vivir, en definitiva. Esa por ejemplo es la pregunta que se hace Manoli, vecina de Santa Ponça. Ella y su hija de 18 años viven con 200 euros al mes, por lo que Manoli, a esa pregunta, responde: «Haciendo filigranas».

Ella vive, pues, haciendo equilibrios sobre el alambre. Después de verse obligada a dormir un par de días con su hija en la playa y de pernoctar en casas de amigas, cuenta que se ha metido de okupa en una vivienda de Santa Ponça. «Que quede claro que es propiedad de un banco», quiere subrayar.

Así lleva tres meses. Manoli explica que ha intentado llegar a un acuerdo con la comunidad para pagar el agua, pero le han dicho que no. Cuando se tienen que duchar, madre e hija recurren a la casa de alguna amiga.

Calvià afronta su invierno más largo (y crítico) Manoli, en el centro de Santa Ponça.

Las dos comen gracias a la tarjeta de ayuda de alimentos que les da mensualmente el área municipal de Servicios Sociales - «aunque este mes todavía no me ha llegado», se queja- y a la aportación que les hace la Asociación de Empresarios y Trabajadores de Calvià (Emytra), cuya división social se encarga del reparto de comida entre los más necesitados. Manoli forma parte de ese Calvià que sufre. Y la expresión no está escrita a la ligera.

Vayamos otra vez a las grandes cifras para captar qué significa la expresión «el invierno más largo» de este municipio del Ponent de la isla. Entre el pasado 16 de marzo y el 16 de noviembre de 2020, el ayuntamiento de Calvià ha dado 4.003 ayudas de urgente necesidad, por un importe de 1,1 millones de euros, de las cuales un 90% son para alimentación. Ese presupuesto se ha llegado a multiplicar por seis si se compara con el de 2019. ¿Cuántos beneficiarios ha habido? Unas 1.200 familias del municipio, según datos oficiales del Ayuntamiento.

Si se tiene en cuenta que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el número de personas por hogar en España se sitúa en una media de 2,5 personas, eso significa que unos 3.000 vecinos han necesitado estas ayudas municipales de urgente necesidad que gestiona Servicios Sociales, además de otros servicios como el de atención domiciliaria y el de comida a domicilio.

La batería de medidas del Ayuntamiento ha incluido el desvío de los 130.000 euros que se dedicaban a luces navideñas para ayudas extra a las familias vulnerables, «para que tengan un extra destinado a productos de alimentación más típicos de estas fechas y para que las familias con niños pequeños puedan adquirir un juguete o un regalo», explican en el Consistorio. Además, se han convocado ayudas extraordinarias al alquiler de vivienda habitual (646.800 euros y 469 beneficiarios).

Calvià afronta su invierno más largo (y crítico)

Paralelamente a la acción institucional, la sociedad calvianera también se ha movilizado. El objetivo: que nadie pase hambre en el que una vez fue considerado municipio más rico de España. Tejiendo complicidades a través de las redes sociales y el boca a oreja, el calvianer Manuel Mas y otros colaboradores se dedican al reparto de comida, una acción que realizan como parte de la división social de Emytra.

«Actualmente, atendemos a 66 familias, unas 200 personas. En su mayoría, son españoles residentes. Trabajadores, camareras de piso, cocineros, camareros de bar... Gente que no ha podido trabajar este año», manifiesta.

Mas no quiere que se personalice esta iniciativa. «Esto lo hacemos entre todos», explica. Una iniciativa en que, agrega, participan una veintena de negocios donde se recogen alimentados donados; restaurantes que destinan una parte del precio del menú para comprar productos perecederos; fotógrafos que dan un porcentaje de sus trabajos para fines solidarios; y clubes de fútbol y fútbol sala que se han coordinado para que los asistentes, en vez de pagar entrada, paguen aportando alimentos.

«En el municipio, hay una ola de solidaridad. Todo el mundo se está moviendo», destaca Mas, con quien se puede contactar por mensaje de Facebook.

«Se viene un invierno muy duro. Hay gente que ya no tiene ni para encender la luz de casa», comenta. Entre las personas a las que ayuda Emytra, está Pilar Castillo. No hace falta ser un experto en matemáticas para saber que el problema que plantea no hay quien lo solucione. «A ver, cobro 459 euros de renta social. Por un alquiler en Magaluf pago 400 euros. Y 67 euros de luz. ¿Cómo me arreglo?», expone esta mujer, que además cuida de un hermano enfermo.

Antes de la pandemia -una expresión que le remite a uno a un tiempo muy lejano- complementaba sus ingresos «echando unas horas» para limpiar casas. Aquello se acabó. Ahora, dice, está a la espera de la renta mínima vital. Y confía también en que la «cosa se active» en 2021. Como ella, son muchos los que esperan que acabe pronto el largo invierno.