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Lletra menuda | Saber instrumentar un cierre exagerado

Protesta de coches en las calles de Manacor.

Ya no se trata de valorar las condiciones, efectos y oportunidad del cierre perimetral de Manacor. En los días transcurridos desde su implantación ha quedado sobradamente claro que la medida resulta exagerada y fallida por descontrol evidente. A estas alturas, también manifiestamente indigesta para una población que, entre parálisis laboral y movilidad limitada, halla en el confinamiento local el perímetro cerrado en el que hacer circular desengaños, aspiraciones y apetencias no siempre nítidas y confesables. Estamos, por tanto, en plena instrumentalización dispar del amurallamiento invisible de Manacor, ese lugar en el que los sistemas de presión empresarial y política acostumbran a emplearse a fondo y sin descanso cuando un gobierno de izquierdas ocupa el Ayuntamiento. Y ahora habita, por partida doble, en la casa consistorial y el Consolat de Mar. Trabajo y terreno abonado hay. Desmesurada la primera fase del control sanitario, la cuestión es ahora saber cómo se perimetra y canaliza la protesta estridente y contradictoria, infectada de celos y perjuicios cruzados. La serenidad que se desvanece sería el mejor instrumento para reconducir un malestar que adquiere rutas interesadas y erráticas. Se percibe que el gobierno local está acorralado y, en efecto, lo está hasta que el Govern tenga a bien abrirle las puertas, pero también quedan claras algunas preferencias por mantener el desgaste municipal. La visita, demasiado distante en cuanto a resultados efectivos, de la consellera Gómez, el martes, solo ha servido para encrespar los ánimos. Los interlocutores políticos quedan invalidados por su insolvencia para afrontar tanto la necesidad inmediata como la previsión de futuro aconsejable. Es peligroso entrar en la dinámica de ver quién es capaz de vociferar más, aunque sea a golpe de claxon, porque dentro de este estruendo se desvanecen las palabras del diálogo necesario y hasta la música que templa ánimos, una actividad que, por cierto, tiene el mismo derecho a subsistir que la de cualquier empresario o comerciante en protesta motorizada. Solo faltaba que las zancadillas se incorporaran a la ebullición creciente del desasosiego generalizado. A la vista del modo en que han derivado las cosas, queda de manifiesto que Manacor se juega bastante más que una cuestión sanitaria y económica en este confinamiento local deformado. También está en juego el buen nombre de su identidad colectiva y el prestigio del peso demográfico y social que le son propios. Se trata, por tanto, de poner manos a la obra para desconfinar la instrumentación de un cierre perimetral que está a punto de reventar los límites establecidos.

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