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Un cierre lleno de agujeros

Manacor tiene múltiples vías de escape, tanto interiores como exteriores y con preferencia para las últimas. Se ha demostrado con creces en esta primera quincena de cierre perimetral y volverá a quedar patente en la segunda. El confinamiento sigue siendo una cuestión personal. No hay posibilidad de control férreo infranqueable y seguramente tampoco voluntad de llevarlo a la práctica.

El cierre perimetral es pura teoría, el alcalde se ha cansado de repetirlo y la conselleria, en vez de abrirle las puertas de la ciudad, le dice que aguante su fiesta en casa, la de las terrazas repletas de ancianos que en buena prevención deberían quedarse a resguardo y la que le montan unos restauradores, cargados de razón, pero demasiado dados a creerse que sus lágrimas son más amargas que las de los demás. No hay un solo sector profesional que permanezca ileso de una crisis sanitaria, económica y social que sin embargo se visualiza mucho mejor en el bar y el centro sanitario.

Se prorroga la prohibición de entrar y salir de Manacor, se manda a la gente a dormir bajo restricción doméstica, pero se amplían bares callejeros elevados a la categoría de necesidad vital. Es la prueba de que el coronavirus ha trastocado la escala de valores y una expresión clara de las incongruencias con las que se gestiona el asunto.

Quedará confinado quien haya tomado conciencia de la necesidad de hacerlo. Nadie más. El pelotón de residentes en fora vila y de urbanos indisciplinados seguirá buscando vías secundarias y caminos rurales. Simplemente, cambia el sistema de movilidad.

La pandemia baja en la ciudad porque sus residentes la han trasladado a Porto Cristo y Sant Llorenç. El coronavirus sigue moviéndose a voluntad de sus portadores mientras se toman medidas administrativas que se asemejan más al deseo de contentar a todos que a la eficacia del control. Se ha hecho caso omiso de los entendidos que han advertido de la inoperatividad, por sí solo, del cierre perimetral.

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