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La fiesta, expresión de la realidad

Las fiestas, en su expansión o limitación, siempre han sido válvula de escape y control, según vengan dadas, de la realidad y las inquietudes que vive la sociedad en un momento determinado. El coronavirus se expande por todas partes como condicionante de la movilidad y en consecuencia, también contamina y paraliza las fiestas populares. Es así porque la covid-19 ha adquirido el mal hábito de convertirse en asiduo no invitado de las grandes concentraciones humanas.    Esta es la causa por la cual Mallorca ha visto muy limitada la celebración de las fiestas populares de verano y debe prescindir de las ferias de otoño. Los escasos eventos del calendario invernal corren el mismo peligro por efecto del adelanto de la segunda oleada de la pandemia. El dimoni de la fiesta de Sant Antoni 2021 se llamará coronavirus. No lleva careta ni máscara. Tampoco baila, tiene más bien efectos paralizantes, incluso sobre las manifestaciones cívicas lúdicas.   Manacor se adelanta en desconvocar los concursos de la fiesta de Sant Antoni, todo un mal presagio de la realidad que se aproxima. Todo indica que a Artà, sa Pobla, Muro y tantos otros municipios no les quedará más remedio que tomar medidas en la misma dirección. En la práctica significa acotar la fiesta al ámbito doméstico y privado con participantes contados. Ya sabemos cuál será el tema estrella de las gloses de la fiesta estrellada del próximo enero.   Pero el caso de Manacor es paradigmático porque Sant Antoni se ha convertido en la gran eclosión moderna de la fiesta antigua en una ciudad necesitada de identidad y expresión colectiva. Este año no podrá ser. La situación sanitaria impone reclusión. La fiesta, o su imposibilidad, siguen siendo expresión de la realidad latente.

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