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Lletra menuda

Una disuasión siempre cambiante

No hay verano sin el foco de la aglomeración y la adulteración medioambiental puesto sobre Cala Varques. En la playa manacorina insignia confluyen el hambre de paraíso natural con las ganas de comer sus encantos. Es una combinación de digestión lenta y complicada para una sociedad ociosa, poco dada a la renuncia individual en pro del beneficio colectivo y sí entregada al disfrute privado en espacio público. Añadan a todo ello, todavía, el efecto pernicioso de al sobreexplotación turística en una isla masificada. Hay cosas que no se pueden hacer ni siquiera en tiempos de coronavirus y una de ellas es la invasión de Cala Varques.

Cada año se anuncian medidas definitivas para blindar la protección de este paraje y en cada oportunidad se revelan ineficaces, prácticamente en el mismo momento de su estreno. En el capítulo correspondiente a 2020, el Consell y el ayuntamiento de Manacor han colocado barreras de madera en la carretera y han resaltado cuatro kilómetros de señalización disuasoria en línea horizontal y vertical. Ahora solo falta ver por tanto cómo las sorteará el bañista que al acudir a Cala Varques actúa igual que si no hubiera otra playa en toda Mallorca.

Digamos que la Administración ha vallado su propia impotencia. Lo ha hecho en unas condiciones sociosanitarias que, a lo mejor, repercuten en éxito porque nada sensato invita a la concentración humana. De todos modos, el equilibrio en Cala Varques y la extinción del peligro en la carretera que lleva a sus proximidades, solo será posible si se rompe la barrera de la falta de concienciación del ciudadano. Este es un trabajo que no se acaba en un día ni se efectúa con medios únicamente materiales.

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