Color, imaginación y mucha diversión. Así es el Carnaval o Carnestoltes actualmente en Mallorca. Las ganas de pasarlo bien priman en una celebración con siglos de historia que ha perdido parte de su esencial original: la crítica social. "Nos hemos quedado con el aspecto visual, muy ingenioso, pero vacío de contenido", asegura Caterina Valriu, doctora en Filología Catalana y autora de los libros El Carnaval a Mallorca y El Carnaval a Palma, com era abans.

A finales del siglo XIX, la isla vivía la festividad con la crítica y la sátira como bandera. En palabras de Valriu, el Carnaval era una de las pocas vías que la población tenía a su alcance para denunciar algún aspecto. Y lo hacían aprovechando que podían ocultar su identidad tras los disfraces.

El pequeño Paquito disfrazado en 1928. C.V.

También lo hacían las mujeres, quienes durante esos días veían reforzado su papel en la sociedad. "Podían hacer más cosas porque llevaban la cara tapada", cuenta la escritora. Dejaban durante unas horas de lado las labores del hogar para disfrutar de la celebración como uno más, entre danzas y comida.

Según Valriu, dentro de un contexto de broma, las féminas bailaban y jugaban e intentaban vender a los hombres algunos productos, como abanicos o pañuelos. "Y muchas lo conseguían", dice riendo la escritora.

En aquella época y hasta la Guerra Civil, Mallorca vivía la fiesta de dos maneras diferentes: un Carnaval payés y otro más urbano. El primero se caracterizaba por ser una celebración basada en las bromas con toques burlescos y en ocasiones hasta groseros, mientras que el segundo era más selecto y se desarrollaba en las localidades más urbanas.

Costumbres de antaño

Entre las actividades más destacadas del Carnaval payés estaba la de lanzar macetas a las entradas de las viviendas. "Si eran simpáticos les ponían en el interior caramelos o frutos secos y si no, ceniza o algas", narra Valriu. Una 'gamberrada' que hoy en día ha desaparecido en esta celebración aunque "algo parecido", afirma la escritora, se mantiene en algunos pueblos con los denominados quintos, quienes durante un día ponen el pueblo "patas arriba".

Otra práctica habitual entre los residentes era pasearse por el pueblo con cuernos, cencerros, latas viejas y toda clase de utensilios útiles para hacer ruido. Parecía que durante aquellos días "todo valía", y algunos se animaban a lanzar productos a los vecinos que les resultaban más antipáticos. Y tiraban de todo: desde harina y agua hasta cenizas, algas y huevos.

Asimismo, según la escritora, en localidades como Petra, Montuïri o Artà era típico que los jóvenes persiguieran a las chicas con un manojo de ortigas e intentaran levantarles la falda para restregarles por las piernas esta planta, que produce una fuerte escozor. Lo denominaron l'ortigar y ponía a prueba la resistencia de los jóvenes, que corrían hasta no poder más.

En Alaró, sin embargo, los papeles se invertían y eran las mujeres quienes ortigaven a los hombres. Cabe destacar que durante los Darrers Dies -denominación usual en Mallorca que hace referencia a los días previos a la Cuaresma- los vecinos aprovechaban para liberarse antes de que llegaran las restricciones, entre ellas, la de comer carne.

Las tradiciones no cesaban en la part forana. En Andratx, por ejemplo, era habitual la mula blanca, que consistía en que dos hombres se disfrazasen de mula y se paseasen por la localidad; mientras en el Algaida representaban el Camestortes. Ésta última es una de las pocas actividades que aún perduran en el tiempo. Ni rastro, sin embargo, de las bromas grotescas y los juegos populares.

Los Carnavales han quedado en la actualidad en una festividad colorida y divertida en la que se tira del ingenio para construir auténticas maravillas pero sin un trasfondo. "Las carrozas que desfilan en Palma parecen una muestra folklórica", apunta Valriu, quien añade que la visión crítica que caracterizaba esta celebración se ha perdido para dar paso a la creatividad. "Ahora en Carnaval comemos y bailamos como en cualquier otra fiesta", señala esta mallorquina.

La vestimenta también ha evolucionado a lo largo de los años. Mientras que a finales del siglo XIX los vecinos se ponían "cualquier cosa" -con una fregona se hacían una peluca y con una manga un antifaz, dice Valriu- a día de hoy los trajes parecen sacados de una película. Pocos reutilizan los trapos que tienen en casa y recurren a comprarse uno ya hecho. "El Carnaval ya no es lo que era", sentencia Valriu.