Por si acaso no fueran suficientes sus daños directos, la borrasca Gloria ha tenido una réplica en Balears que deja un considerable lastre de agravios y perjuicios económicos en comparación con la respuesta del Estado para otras áreas peninsulares dañadas por el temporal meteorológico. Nada nuevo, por otra parte, para este archipiélago siempre tratado con apatía, o sentado en el banquillo de las eternas esperas, cuando se trata de compensaciones económicas o simple pago equitativo.
Tal como se suceden las cosas, no es fácil determinar si son más dañinos los males materiales del Gloria o los de su paupérrima y distante gestión posterior. Aina Calvo puede tener un estreno de altura como delegada del Gobierno si logra vestir de argumento el agravio comparativo que supone destinar solo 4,4 millones de euros a Balears de un total de casi 20 para toda España y aún usarlos únicamente para reparaciones estéticas obviando daños estructurales mayores. Estaría bien conocer también el punto de vista de la presidenta Armengol y por supuesto, de la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera.
Lo que ya no requiere mayores explicaciones ni justificaciones es la protesta de los alcaldes. De no cambiar las cosas, los ayuntamientos deberán solicitar permiso a Costas primero y después ingeniárselas como puedan para arreglar paseos marítimos y playas devastados por el Gloria.
Este es el panorama que se aprecia de forma inmediata, y no en el horizonte lejano, cuando la temporada turística está a punto de comenzar. Resulta por tanto comprensible el nerviosismo y la impotencia que se impregnan en las dependencias municipales y en los sectores comerciales afectados.
