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Relación distinta con el mar

La borrasca Gloria ha causado en el litoral mallorquín estragos de una magnitud que, caso de haberse producido antes, ya no figuraban en la memoria colectiva de la sociedad insular. A la vista están. Playas devastadas, paseos marítimos de nueva construcción arrasados y domicilios dañados por oleajes de dimensión asombrosa. El mar no admite rival. No hay nada más anárquico que él.

Hasta los refranes se desmoronan. Esta vez, tras la tempestad no ha llegado la calma. Queda el mar de fondo de la devastación y el horizonte inmediato de una nueva temporada turística.

Las autoridades se apresuran a evaluar daños producidos en el espacio público y arriesgan promesas de reparación rápida. Sin duda habrá que hacerlo. Hay que vestir de nuevo a la playa y dejarla bonita para el verano. Pero quedarse solo en este punto puede ser, a partir de ahora, un despilfarro y hasta una acción de irresponsabilidad.

Gloria ha llegado precedida de otras borrascas y de vendavales que, sin ir más lejos, también dañaron la misma costa de Santanyí de la que ahora se han esfumado cuatro playas y herido de distinta consideración a otras. Los científicos y otros profesionales sabedores del cambio climático dicen que fenómenos de este tipo serán cada vez más frecuentes. Advertidos estamos.

Se imponen nuevas formas de convivencia con el mar. Y un mayor respeto a su posición dominante. En el Levante peninsular ya hay alcaldes que se plantean dejar las playas tal cual. Aquí, el de Manacor dice que la reconstrucción debe revisarse una a una. Está claro que no puede ponerse cemento una y otra vez. Las actuaciones deben mirar más allá de la mera temporada turística.

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