El uso y gestión de un bien tan esencial como el agua está basculando en Mallorca entre dos polos cada vez más distantes entre sí. Son el de la necesidad, por una parte, y por otra, el de la escasez vinculada al desperdicio. El ciudadano acaba pagando altos costes por todo ello, tanto en lo económico, al alza, y en cuanto a calidad, a la baja. Son unas condiciones que dejan un notable regusto de insatisfacción.
Habrá que canalizar la gestión del agua hacia nuevos pantanos de coherencia y responsabilidad. Algunos ayuntamientos comienzan a hacerlo a medida que van tomando conciencia de las fugas y el exceso de nitratos que actúan a modo de colesterol de sus redes de abastecimiento público.
En Inca están poniendo tuberías a la obra. El Ayuntamiento llama al consumo razonable del agua vía estructuración del recibo mediante tramos que penalizan a quienes tienen abierto el grifo más tiempo. Pero, por otra parte, aplicará durante dos años un canon destinado a sectorizar la red para afrontar potenciales incidencias y a sustituir contadores analógicos por digitales. En definitiva, se trata de dar un buen servicio a precio razonable para usuarios conscientes del bien precario que supone el agua. Este es el objetivo sobre el que se deberá seguir trabajando, y no solo en Inca, durante mucho tiempo.
