La impotencia, cuando raya la desesperación, necesita vías de escape que en las mejores ocasiones se vuelven canal de solución. Ojalá les ocurra así a los alumnos y padres del colegio Sa Torre de Manacor.
La cacerolada, nada nuevo, ha sido el método utilizado para llamar la atención y hacerse oir. El centro lleva quince meses cerrado a la espera de una reparación estructural de los males causados por las termitas. Nadie ha visto el proyecto de reforma que debía haber llegado en septiembre y los alumnos permanecen reubicados en otro centro inadecuado para el método educativo propio de su edad. Sobran mayores explicaciones.
Tampoco se ha dado pie con bola hasta que no se ha oído un estruendo plenamente justificado. Ahora el Ayuntamiento se solidariza y hace piña con los padres y la conselleria se escuda en el débil pretexto de la antigüedad de Sa Torre para argumentar el retraso de un proyecto que tiene nuevo plazo de entrega para febrero. Si la Administración sigue necesitando el estímulo de las cacerolas para motivarse, apañados estamos. No podemos guardar los pucheros porque Sa Torre no es una excepción.
