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El uso de los destinos descarrilados

La estación del tren de Son Servera vuelve a tener vida propia. Para lograrlo ha sido necesario cambiarle el ADN. Lo mismo ocurrirá con la de Sant Llorenç. La alta demanda y el número de reservas cerradas permiten presentar como un éxito la reconversión de la estación de Son Servera en centro sociocultural que igual servirá para una juerga privada que para un concierto de élite. El mismo futuro vital se asigna al restaurante que se hospedará en la antigua estación de Sant Llorenç.

Todos los pretextos son buenos para camuflar el fracaso de la recuperación del tren de Llevant y el demostrado desinterés de la gestión pública por rescatarlo y modernizarlo. Primero una Via Verda triunfal porque está poblada de caminantes y ciclistas, un museo ferroviario y una oficina de turismo, ahora un centro social y un espacio gastronómico. Los usos de espacios públicos también pueden ser transgenéricos.

Por las vías debe transcurrir el tren para llegar a las estaciones y enlazarlas entre sí en función de la necesidad de movilidad del ciudadano y la conveniencia del transporte colectivo en una isla saturada. Todo lo demás es adulteración.

En Mallorca, las estaciones del tren, y no solo las de trayectos abandonados, se han vuelto flores de papel descolorido. Han pasado de marchitas a resecas.

Los tiempos de la necesidad del tren no han vencido. Por eso es una adulteración el nuevo estilismo de estaciones vestidas de modo impropio. La compatibilidad real estaría en la función natural de las estaciones con usos cívicos, culturales y lúdicos, pero esto ni siquiera se cumple, ni se pretende, en los puntos de enlace ferroviario que permanecen activos. Simplemente sobreviven como apeaderos fugaces y degradados.

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