El mar aporta una inmensidad de conocimientos al ser humano y una vitalidad imprescindible para la estabilidad del conjunto del planeta. Sigue siendo, al mismo tiempo, un poso sin fondo de misterios por descubrir o descifrar. Entre ellos, como señala Antoni Garau, el secretario de la Federación de Cofradías de Pescadores de Balears, podríamos incluir el de los comportamientos y abundancia de la llampuga, un pescado singular en muchos sentidos.
La temporada de captura se acaba antes de lo normal, su presencia es irregular en los caladeros habituales y ya no vale la pena mantener en el mar las artes específicas de recogida. Con todo, no se puede hablar, ni mucho menos, de mala temporada. El 23 de octubre ya se habían capturado tres toneladas más que en la misma fecha del año pasado y se ha superado el objetivo de las cien toneladas perseguidas.
Otra historia es la de los precios. Pese a la escasez actual, no son abusivos, lo cual podría explicarse con la disminución de la demanda a medida que avanza la temporada. Comer llampuga apetece mucho más a principios de septiembre, cuando todavía es una novedad, un buen recuerdo del año anterior en el paladar.
Todo lo dicho no hace más que afianzar el misterio y singularidad de la llampuga y la alejan a ella misma, a los pescadores, gastrónomos y comensales de sustento diario, de la rutina y de los comportamientos estándar.
Por eso mismo hay que preservar y cuidar al pez tal como es y saber beneficiarse de sus cualidades. En definitiva, es una contribución económica a la compacta industria pesquera de Balears, a su ecosistema marino y una aportación a la buena mesa de restaurantes y hogares de los residentes en estas islas.
