Los ayuntamientos acaban siendo un cul de sac. Son la administración a la que llega en primer término la reivindicación y la necesidad del vecino y, por otro lado, el lugar al que se derivan y delegan, siempre que surge el despiste pícaro, las competencias de organismos superiores. Eso siempre que en Hacienda no estén Montoro o Montero y limiten, directamente, la capacidad de gasto de las corporaciones locales. Las zancadillas de patio escolar que libra en estos momentos la conselleria de Educación en Sóller son un ejemplo más de mango de sartén mal utilizado.
Pensábamos que la enseñanza era cosa seria, una clara inversión humana y social de futuro y que con ella no se jugaba. O que solo lo había hecho en mala época José Ramón Buazá, pero no. Tiene poco sentido que la conselleria paralice tres millones de inversiones docentes en Sóller con el pretexto de que el Ayuntamiento todavía no ha saldado el primer plazo anual, que expira en diciembre, de la deuda pendiente del colegio y aparcamiento de ca les Ànimes.
Más bien tendemos a pensar que la precariedad de las arcas autonómicas y las aportaciones pendientes del Estado que ahora Pedro Sánchez dice que sí va a liquidar antes de las elecciones, tienen bastante que ver con este mal barullo y parco pretexto de inversiones paralizadas en Sóller, por no decir Fornalutx, donde la escuela mal reciclada es un monumento a la falta de previsión equiparable a los barracones esparcidos por toda la isla.
Volvemos al principio, siempre acaba pagando las consecuencias la administración más débil y en este caso se suma el agravante de que el más débil es, sobre todo, el menor en formación obligatoria que topa con la falta de infraestructuras.
